domingo, 10 de diciembre de 2017

EL DÍA DE LA LOTERÍA DE NAVIDAD












En aquellas navidades de los sesenta y principios de los setenta del siglo pasado, los hogares que esos días eran el centro de las reuniones familiares adquirían un cierto encanto (como baluartes de la tradición) y sus moradores abrían las puertas de par en par a familiares, amigos y vecinos a los que era costumbre invitar a degustar alguno de aquellos auténticos dulces de mantecado al que había que ayudar a bajar hasta el estómago con una copita de un anís tan fuerte que cortaba el hipo, y a admirar la destreza de los anfitriones en montar el popular belén, práctica muy extendida en la población, como la de apostar a la “suerte” el día de la lotería.










En el orfanato el día de la lotería de navidad era uno de esos días para la esperanza o el desconsuelo... quizás aquella navidad algún familiar se acordara de mí. En el salón del pabellón la televisión se ha encendido a primeras horas de la mañana con motivo de la retransmisión del sorteo de la lotería. Nuestro ánimo --el de todos los acogidos-- está más atento a otros acontecimientos: sobre la monótona y repetitiva letanía de los niños de San Ildefonso se alza intermitente la voz de la llamada a otra suerte más importante: alguien corea de viva voz el nombre del afortunado que pasará la navidad en su casa: Arréglate que te está esperando tu madre en la portería. A medida que transcurre la mañana se ha ido llamando a los chicos conforme llegaban sus familiares. Siempre éramos los mismos los que preguntábamos:¿Te vas? Y los de siempre contestaban aquello que algunos hubiéramos querido decir, aunque fuera solo en aquella ocasión: Sí, han venido a sacarme.

El día de la lotería de navidad era uno de esos días de ansiosa espera, de expectación a ser llamado en cualquier momento, de ilusión de oír tu nombre por encima del jaleo que en el salón se ha formado ya a media mañana. Luego, conforme transcurría ésta, la necesidad de seguir acostumbrándose, aunque costara mucho, a no figurar en tan venturosa lista; de desear intensamente la alegría de los que se marchaban.

El día de la lotería de navidad... ¡qué envidia! … ¿porqué no nos tocaba en suerte alguno de aquellos hogares?, aunque fuera una sola vez; suspirábamos, año tras año, los pocos que quedábamos en el orfanato por Navidad. Nos apretujábamos, rellenando el vacío de los que se iban de vacaciones a casa de sus familias, acercándonos más que de costumbre en las distancias: de la fila, del asiento del comedor, del banco en el salón, de la cama en el dormitorio; nos mirábamos ya muy de cerca y nos reconocíamos en los mismos sentimientos de abandono y de desamparo; en los mismos gestos de desconsuelo dibujados en las caras, las mismas de siempre, las de toda una vida.

Soledad que suplíamos en la improvisada proximidad entre nosotros –los más desabrigados entre los desabrigados— casi tocando piel con piel para darnos calor en un sentimiento de amistad nuevo, distinto al del resto del año que sólo duraría aquellos días; hermanados, estrechando lazos en la desventura que para algunos duraba ya mucho tiempo; parapetados en nuestro infortunio de niños sin besos, anhelando la suerte de “los otros”, los mismos de siempre que ansiosos en las tardes de los primeros domingos de cada mes esperaban sin vacilación la visita de sus familiares.

Cuán triste era observar –mes tras mes y año tras año-- aquella alegría de la fiesta a la que no estabas invitado, desde la lejanía, desde un lugar escondido, para no tener que sufrir aquella humillación; ni siquiera estabas en el grupo de los dudosos: éramos directamente en el inconsciente colectivo de “los otros”: aquellos que no tenían besos por olvido de sus familiares, y habían, aún peor, aquellos que, además, éstas carencias las sufrían con el estigma de ser niños de nadie; nunca habían conocido familia alguna. Aquel pesar se agudizaba cuando llegaban las fiestas de Navidad. Hasta los veinte años no perdí la esperanza, deseando que llegara el día de la lotería. ¿Quién sabe ...?

 El día de la lotería de navidad... remediábamos como podíamos el eterno olvido --realidad a la que ya estábamos habituados en el acontecer de cada segundo de nuestras tempranas existencias--, y nos afanábamos aquellos días en arrebatarle al frío, aposentado a perpetuidad entre los gruesos y fríos muros, algo de calor de hogar, decorando con murales de felicitaciones navideñas las paredes y con farolillos de colores las lámparas de los pocos espacios que quedaban abiertos del pabellón.         

Del más del centenar y medio de niños internos apenas quedábamos una veintena. Los que ahora nos reconocíamos en las mismas carencias afectivas como grupo familiar. Esto, unido al relajo en la disciplina de la vigilancia de los celadores --aflorando su desconocida cara más humana; si acaso alguno la tuvieron-- hacía que brotara y fluyera en el ambiente, si no el auténtico espíritu de las Fiestas, si un sucedáneo aceptable que hacía más llevaderos esos días; conformándonos con la suerte de ser los protagonistas en aquel placebo hogar. 

Nos conformábamos con muy poco --¡qué remedio!--, intentando disfrutar de las escasas diversiones que nos ofrecían, entre las que descollaba la posibilidad de ver mucho cine en la televisión, donde se prodigaban entonces las proyecciones americanas más clásicas del cine en blanco y negro en un especial de Navidad. En la cerrazón del espacio cerrado la televisión era nuestra única ventana al exterior, aunque aquel día de la lotería le prestáramos más atención a otras cosas.

El día día de la lotería de navidad... me afanaba en la artística tarea de montar el belén. En la televisión que ocupa en alto una repisa de madera en una esquina del salón, y al final de la mañana, gentes de todo tipo y lugares celebran muy excitados ser los afortunados portadores de los billetes de algunos de los premios importantes del sorteo. Los enseñan eufóricos de alegría a las cámaras, muy cerca de la cara del locutor, el que evitando que el festivo ambiente haga mella en su seria expresión de reportero, dice con voz de profesional de los medios lo que era una frase que se repetía todos los años: La suerte ha estado muy repartida entre la gente necesitada.

Mientras, voy dando forma a una topografía inventada que va surgiendo en mi mente, por momentos, de las tierras de Belén. Imagino altas montañas con el efecto rugoso de los troncos de olivo que recogíamos de la leñera de la cocina; profundos barrancos donde, en realidad, debieran ser extensas llanuras de desérticas arenas; un río que aflora hondo y caudaloso en tan accidentado terreno, cruzando muy visible en diagonal el paisaje fantaseado... en fin todo incongruente en la representación de aquellos territorios... así era por tradición. Todo era anacrónico: la húmeda naturaleza del tapizado verde del césped que arrancábamos de la tierra en los alrededores del lavadero, y que generosamente extendíamos por todo el nacimiento; las viviendas de corte occidental para una zona de oriente; el molino de viento; las escenas de las figuras... pero el resultado --esperado todo el año-- era de una intensa emoción. Así lo habíamos vivido siempre desde que éramos muy niños.




Escenas de Belén; del aurtor del blog


Al final del día de la lotería de navidad... mi gran premio no era económico sino emotivo, con el disfrute de la colocación de las figuras --santos-- con las que el paisaje artificial iba cobrando vida; mostrando en el reducido espacio con fondo de estrellas en un cielo de tela, la escenificación del nacimiento de Cristo... no faltaba nadie... estaban todos los personajes en una escena de acción general extrañamente quieta; inmovilizada durante esos días en los que sólo cambiaba la ubicación de los reyes magos que los íbamos acercando al portal de Belén conforme iban transcurriendo los días de vacaciones, a fin de que llegaran a tiempo, antes de que acabaran éstos, para ofrecer sus presentes al Niño Dios, coincidiendo con el mágico día de Reyes, y siempre guiados por la estrella polar que ya lucía brillante encima del portal. ¡Ah!, no se me olvidada colocar una pequeña bandeja a fin de que los visitantes externos al orfanato dejaran la voluntad con la que poder adquirir nuevas figuras. Apenas se recogía para ir reponiendo las que se rompían.  

El día día de la lotería de navidad... sólo me tenía a mí.



FranciscoMolinaGómez
(En esta Navidad´2017/18: Paz y ventura para todos, en especial a los que, a su pesar y a temprana edad durante muchos años, se acostumbraron a no figurar en la gozosa lista de los afortunados a disfrutar la Fiesta de la Navidad)