viernes, 17 de noviembre de 2017

¿DÓNDE ESTÁ EL OTRO?





























¡Adónde diantre van los calcetines que se pierden?



Hace ya bastante tiempo que no consigo enfundarme los pies con dos calcetines iguales. Todas las mañanas extraigo el par del cajón del armario-vestidor de mi dormitorio, muy entrelazados, raramente unidos en un apretado abrazo, como dos amantes a los que hubieran forzado a permanecer juntos sin reconocerse, apercibiéndose uno que el otro no es el mismo que siempre le había acompañado, sino un extraño, un desafortunado al igual que él, al que su pareja abandonó en una viaje a través del hueco del tambor de la lavadora --creo que este es el agujero por el que mudan a ese otro espacio-temporal--, en cuya vorágine del centrifugado se perdió sin que después se supiera más del desaparecido…; sin dejar rastro alguno. Desconcierto que también es mío, en la necesidad de llevar calcetines parejos.

Con paciente temple vengo reclamando a mi mujer –en su elección de las tareas repartidas-- me solucione aquel despropósito en las urgencias del vestir para poder incorporarme a tiempo a las obligadas labores cotidianas; sin conseguir me solucione el desaguisado: No, no sé lo que ha hecho la lavadora con tu calcetín, ¿por qué me lo preguntas?, me dice. Al final me marcho de casa con calcetines distintos… bueno aparentemente iguales. Y no es que haya en ella aviesa intención de que alguien en la calle me descubra aquella rareza, calificándola seguramente de una excentricidad por mi parte; es que se reconoce impotente por obtener una explicación racional a la constante desaparición de los calcetines.

Ella tiene una teoría que en principio pudiera parecer descabellada: piensa que la fuerza centrífuga del aparato, en sus progresivas y aceleradas revoluciones, pudiera aperturar un misterioso e invisible agujero negro por donde se fugan las prendas; lo que ante la reiterada constatación de la desmaterialización --da igual el tipo de fibra-- pienso que tal vez pudiera tener visos de que sea real. Sobretodo en la comprobación infructuosa después de una minuciosa inspección de los filtros y elementos de desagüe del artilugio mecánico --en donde en principio se pudieran haber quedado enganchados los calcetines-- de que nunca hallamos rastros de ellos. Misteriosa desaparición que a priori debiera tener una explicación.

En su investigación del asunto ha probado lavar sólo los calcetines desparejados, comprobando que estos nunca desaparecen. Todos están presentes en la colada: ni una aventurada fuga en busca de su pareja. Es como si no quisieran marcharse del lugar que fue común a ambos, el único sitio de posible encuentro si el otro regresara. El amante que permanece en la continua incertidumbre del paradero de su mitad, sin querer moverse de los recuerdos de cuando caminaban juntos, a la par; resistiéndose a su pérdida, sin comprender el momento de la huida, queriendo creer que ésta no fue tal aprovechando el otro la confusión, camuflado entre las ropas mojadas dando vertiginosas vueltas en el ciclón de agua y detergente, parapetado en su espuma; sino un accidente siendo éste arrastrado… ¿hacia dónde?... ¿adónde van los calcetines perdidos? …¿quizás al país de los calcetines perdidos?...; y si no fuera así y se marcharan de propia voluntad: ¿en busca de qué?... a lo mejor es que, al igual que sucede con las personas, existen los calcetines infieles.

También los calcetines tienen derecho a desligarse de la cadena que les une eternamente a su pareja. Puede que, al igual que algunos humanos, se cansen de estar siempre con el mismo. Nosotros los humanos que somos seres sentimentales y optimistas en bastantes ocasiones, guardamos el desparejado esperando que algún día, por mor de la magia, vuelvan a unirse para enfundar nuevos pasos. Pero esto no ocurre nunca. Bueno no es exactamente así porque en ocasiones y agazapados en la goma de la puerta de la lavadora –punto de salida a calcedonia-- aparecen engurruñidos y al cabo del tiempo algún que otro calcetín; son los arrepentidos de última hora caídos in extremis en la trampa, justo en el límite de entre dos mundos, por su indecisión de último momento de no irse y permanecer en el mismo sitio ante el miedo a lo desconocido; sin saber bien en el fortuito hallazgo si han querido o no irse. Tienen su parejo en los humanos indecisos, los que titubean constantemente, los que vacilan siempre ante cualquier situación, los extremadamente inseguros, los demasiado previsores, y como no: los oportunistas.

Hay quien dice, haciendo un símil con la vida de las personas, que algunos calcetines nunca llegan a viejos en pares, pues antes de que ceda la goma que mantiene su boca apretada; antes de que el desgaste de su piel les aperture una ventana al exterior haciéndolos inservibles, uno de los dos se pierde... se va... no importa los anteriores miles de abrazos fundidos por un fuerte nudo; un nudo que hasta ese momento los había hecho únicos, que los había diferenciado de los otros; un nudo que en el universo de los demás les hacía reconocerse en su propia personalidad; su particular idiosincrasia: su aterciopelada suavidad o, por qué no, su rugosa aspereza. Puede que al final siempre acabemos solos. En esta reflexión sobre la soledad persistente del ser humano he leído en algún escrito que quizás tengamos que aprender de los calcetines de que en esta vida, poco a poco, nos vamos quedando solos; de que en este mundo y en este tiempo es muy difícil llegar a viejo en pareja porque a uno siempre lo están abandonando, porque en ideales y locuras se van perdiendo las compañías, porque tal vez a nadie le interese nadie, porque la vida es un constante dejar ir … ¿pero eso es realmente siempre así?... me cuesta creerlo pues detrás de la huida quedan los recuerdos felices, los momentos vividos en los afectos, las experiencias compartidas en un bagaje existencial que suma más que resta; y por delante las nuevas oportunidades de sentirse vivo, de querer compartir nuevos sentimientos con otros..., como alivio de la soledad del abandono sentida por los que se quedan.

Los que se quedan saben que no van a desaparecer; que van a ser fieles, aunque de momento sufran por la desaparición del otro. Puedo imaginar el primer instante de desconcierto de la deserción: colgado boca abajo, prendido el calcetín de lana con una pinza en la cuerda del tendedero, junto a otro de algodón como nueva pareja, al que no le une ni siquiera el mismo desgaste, por no hablar de parecido o similar color de piel, envidiando a aquellos otros que distendidos retozan muy juntos con sus pares, acariciados por el aire en el secado natural. ¿Que será de nosotros, a partir de ahora?, seguro se preguntarán los abandonados imaginando un destierro de olvido en algún cajón, junto con otros desparejados a la espera de encontrarles un similar al que, más tarde, quedarán extrañamente unidos... o no.

No siempre el infortunio se ceba con todos los calcetines desparejados. En aras a remediar el despropósito que habito en mi empeño por vestir los pies, mi mujer ha encontrado una ingeniosa solución de orden: los muy diferentes han ido a anidar su tristeza desparejada de por vida al fondo del cajón en una orgía de calcetines abandonados. Delante al inicio del cajón ha acoplado los poquitos que tienen pareja reconocida. De entremedias ha colocado convenientemente entrelazados por un fuerte nudo los demás desparejados por categorías de uso: los que son casi iguales por su textura; los que presentan dibujos algo parecidos, aunque sea remotamente... o los complementarios en razón de colores... y ya en el caso más extremo la solución más general: por razón exclusiva de su tamaño aunque no se parezcan en nada...; a simple vista  la más disparatada.

Este último era el caso de la pareja de nailon y algodón que habitaban su anidada soledad a la mitad del cajón, olvidados durante mucho tiempo hasta que una mañana muy temprano se me pegaron literalmente a la mano, nada más introducir ésta en el cajón de calcetines en busca de una pareja reconocida, valiéndose ambos para su estratagema de mi persistente somnolencia a horas tan intempestivas. Los sacudí con cabreo intentando desprenderme de su inutilidad pero no hubo forma de deshacerme de ellos pues se habían aferrado fuertemente a mis dedos en un desesperado intento por ser útiles; y en el apremio por no llegar tarde a una importante prueba de examen, no me quedó más remedio que adoptarles para mis pies aunque fuera sólo para aquella urgente ocasión. De todas formas, y a simple vista en la semioscuridad de la habitación, parecían tener parecida medida y color.

Apreciación de la que salí de dudas con asombro, a media mañana, al tibio sol de una terraza-bar celebrando el éxito de la prueba de examen. Del asombro pasé a la más sonora carcajada que puso en alerta a un par de clientes del bar: ambos calcetines no se parecían en nada, ni en la textura, ni en el color, ni en el tamaño... aún así no me desagradó la escena cuando me vi los pies: me pareció ridícula y a la vez graciosa. No sé si aquello actuó como amuleto para salir airoso ante el tribunal que juzgaba mi trabajo, el caso es que me sentí muy cómodo contestando, y bien, a todas las preguntas de tan doctos profesores. No lo sé. Después, y por si acaso fuera así, me he puesto calcetines diferentes cada vez que tengo una cita importante. Ahora los calcetines que habitan la mitad de mi cajón están encantados con sus nuevas parejas, sabedores que el otro nunca se irá, que nunca le abandonará. Será que, como sucede en los humanos, el amor, la lealtad y la fidelidad fluya más y mejor entre los diversos, los dispares, los desiguales..., los complementarios, que entre los que se parecen en todo.

Es la pugna de los diferentes, de los considerados distintos, de los que esgrimen con orgullo ser singulares...; de los sin pares. Tantas soledades juntas, tanta dejación, tanta renuncia soportada, tanto desistimiento en un mundo de calcetines abandonados nos deben llevar a aprender juntos a andar solos, a caminar por nosotros mismos. No esperaremos a que nos rescaten, escaparemos del cajón para forjar un destino en pos de seguir persiguiendo los sueños, una meta enfundando nuevos pasos. No buscaremos pares, buscaremos vida... y acompañadas soledades.



FranciscoMolinaGómez