miércoles, 17 de diciembre de 2014

LA DENSIDAD DE LA NADA










16. 12. 2014
Hoy te nombramos y no nos respondes; ¡cómo empezamos ya a echarte de menos!
Ahora deambulamos desorientados por oscuro túnel hacia la luz, buscando una salida que nos cure esta desazón, esta amargura.
Gracias por existir, aún en la ausencia.
¡Gracias Paquita!

Yo no tuve conciencia real de la muerte de mis padres hasta que percibí con dolor, bastante tiempo después del óbito del último de ellos --mi padre ya viudo--, la vorágine del vacío interior. Desde aquella mañana de domingo en la que mi hermano Antonio, inesperadamente y asiéndome del brazo, me sacó con fuerza y determinación de la fila de chaveas en formación de dos hacia la iglesia para la misa de las ocho --irrenunciable obligación de santificar las fiestas aún en edad tierna de juegos--, abrazándome fuerte a continuación, como sólo recordaba lo hacía al principio mi madre y después mi padre --ahora ya no me iría a ver los primeros domingos de mes, ni los otros; ahora ya ninguno de los dos me abrazaría nunca más--; anduve arrastrando aquel abrazo durante el tiempo que fui creciendo en el desconcierto que me produjo la sombría premonición de muerte que capté en el profundo silencio que aquel día exhalaba la mirada vidriosa de mi hermano mayor, en su súbita huida después del abrazo, compungido, tapándose la cara con ambas manos para que no le viera llorar, alejándose hacia la portería del orfanato embutido torpemente en un traje de salir de calle. Traje prestado para un funeral.
La separación definitiva de los seres más queridos me fue calando lentamente en el ánimo: primero fue la congoja que anidó en mi pecho impidiéndome respirar por las noches en los desvelos del sueño, intentando entender el "otro lado"..., después aquella oquedad, aquel agujero..., y al final cuando definitivamente me cubrió entero el vacío, padecí en propias carnes la densidad de la nada











A Paquita, allí donde esté.

Declinaba el verano de dos mil catorce --once de septiembre, fiesta nacional en Cataluña--, cuando nos conocimos. Formabas parte de la extensa familia de primos que "de improviso" habíais surgido en nuestra vida al hilo de haber hallado, al fin, Teresa --mi mujer-- sus raíces biológicas. Buscando dimos con hermanos, sobrinos, con todos vosotros: los primos..., y, como sabes, casi con su madre Manolita: ¡no llegamos a tiempo por muy poco; apenas cuatro años! Habíamos perdido mucho tiempo, así que no lo pensamos más y aquel mismo verano decidimos ir a Calafell en Tarragona --lugar de promisión donde obtener el pan y la cebolla de subsistencia que se les negaba a "la familia" en su tierra-- a conoceros.

Ya la primera noche, recién llegados, nos sorprendió la hospitalidad que todos nos dispensasteis. Las muestras de cariño, de asistimiento en aquella primera visita eran apabullantes: en la misma puerta del hotel a la salida, junto con parte de la familia, allí estaba clavado el hombre --primo Garrido-- con el que has compartido gran parte de tu vida --en la foto muy orgulloso de tenerte por compañera--; solícito en todo momento en su afán por atendernos, poniéndose incondicionalmente a nuestra disposición para que nos sintiéramos a gusto, acompañados, arropados...; ¡y así lo vivimos! Después en la relajada y amena velada, sentados en una terraza de vuestro territorio de siempre --de las vías del tren a la playa-- cerca de vuestra casa, nos sentimos ya parte de vosotros; dándoles en reciprocidad también, la bienvenida en nuestras vidas a tus dos hijas: Carmen y Silvia, dos encantos de mujeres... afinando todos sensibilidades en las conversaciones que prosiguieron relatando historias, anécdotas... había muchas que contar: aquellas cuatro hermanas --Carmen, Felipa, Clara y Manolita-- que emigraron hasta aquel lugar y luego arraigaron allí con sus hijos, habían dejado un largo reguero de huellas de paso por la vida. Ese día faltabas tú. Ya nos contaron que te hallabas indispuesta por causa del tratamiento médico a esa inoportuna visita --cáncer-- que testaruda se había instalado sin tu permiso en el vestíbulo de entrada de tu vida, al acecho del menor descuido.

Los días pasaron entre mañanas de sol y playa y tardes de encuentros con los que ya erais parte de nosotros, intentando que nos incluyerais entre las personas que queríais. Todavía no te conocíamos, pendientes de la gran celebración: ¡la comida de primos!al final de las vacaciones.

Tan importante evento de encuentro de familia había que celebrarlo antes de que nos marcháramos, como siempre lo habíais hecho: congregados alrededor de una mesa en los acontecimientos familiares importantes(bodas, bautizos, comuniones...), como si para los pobres no pudiera haber otros días de fiesta...; ¡era igual!,es lo que había e intentabais apurar --a tenor de las fotos, videos y reportajes que nos habéis mostrado-- hasta el último sorbo de aquellas especiales ocasiones, con la alegría desbordando las penas cotidianas que por momentos las aparcabais, como sí no existieran, en eso que ya era costumbre de vivir sólo el día a día: Hoy estamos en lo que estamos...: ¿Mañana?...: ¡Mañana será otro día!...; al igual que lo hacían aquellos cuatro caracteres difíciles de hermanas --templados, al parecer por la mayor Carmen, tu madre política-- dejando a un lado, por un día, las cuitas de sus diferencias: cuando se trataba de ir unidas las matriarcas de los clanes de los primos reunidos allí, lo hacían a muerte, como viejas mosqueteras. Y como tantas otras veces, también aquel día sentamos las ilusionadas expectativas y los buenos ánimos alrededor de una bien surtida mesa --que sí, Paquita; que ya sé que hubo alguna que otra pequeña queja, pero eso pasa hasta en las mejores familias y aquella no lo era menos-- ¡Y lo pasamos en grande!, todos pendientes de la gran protagonista, a la que arropasteis como una más de vosotros: mi mujer Teresa. ¡Al fin te conocimos! Y aunque nos hemos visto y tratado también este verano, te he de confesar que aquel primer encuentro fue suficiente para descubrir y disfrutar tu calidad humana... y lo digo no por hacerte un cumplido, sino en aras a la verdad.

Ahora liberada de las cadenas de las miserias de aquí, sólo te queda un plus: la incertidumbre en las preguntas de tus deudos y seres queridos: ¿Porqué a mi mujer?...: ¿Porqué a mi madre?...: ¡Quién decide?...: ¿Porqué leyes se rige?...: ¿Cuáles son las razones?...; desazón que les aliviarás desde ese lugar seguro donde ya estás... al igual que les ayudarás a sobrellevar durante ese tiempo de congoja y confusión el peso hiriente de la densidad de la nada... eso que aparece cuando el alma se resquebraja...; no se sabe narrar...; sólo se siente.

¡Hasta la próxima!, seguiremos en contacto.




FranciscoMolinaGómez
(... queridos Francisco, Carmen y Silvia, permitidme el cumplimiento del deseo de enviarle esta misiva a ese ser tan querido por todos, especialmente por vosotros... estoy seguro que cuando se pase el dolor del duelo comprobaréis que Paquita no se ha ido... como escribí hace ahora un año--a propósito del recuerdo de mis padres--: Sólo son invisibles los olvidados y Paquita está viva en nosotros. ¡¡¡Mucho ánimo!!!)












lunes, 15 de diciembre de 2014

DEL PORTAL DE BELÉN, ¡NO NOS MOVERÁN!











Nadie sospechaba unos días antes que las figuras del belén se iban a encerrar como protesta en el portal de Belén... --belén del autor del blog--


De muy pequeñito me extasiaba durante las horas de aquellas solitarias navidades, escudriñando los pormenores del artificial paisaje del "belén" que en su desmesurada dimensión ocupaba casi una habitación del orfanato y en cuyo empeño las monjas empleaban casi una semana.
Con el paso del tiempo pasé de fervoroso espectador a ilusionado actor y en aquella obsesión de que llegara el "momento" estaba expectante durante todo el año para convertirme, entonces, en su creador: todo un privilegio..., una desbordada alegría que duraba poco..., con cierta melancolía vivía después los días de su desmontaje y la vuelta a la cotidianidad del orfanato...:¿Porqué no dejarlo montado todo el tiempo como exponente de la alegría de aquellos días distintos?
De mayor pude cumplir aquel deseo y mantuve el belén que había lucido --ante las asombradas caras de mis hijos-- en casa las fiestas de navidad de no recuerdo bien que año --hace bastante tiempo-- sin retirarlo durante los tres inviernos siguientes... al cabo de los cuales y sin padecer de aquella melancolía de entonces, lo desmonté guardando de forma delicada --envueltas en profuso papel de periódico, y en cajas de madera que coloqué cuidadosamente en estantes del garaje-- sus figuras.
Hace un año las desembalé con mucha ilusión: quería que ahora fueran mis nietos los que se asombraran con esa tradición cristiana... y volví a las andadas: lo dejé luciendo no sólo la Navidad del pasado año sino los trescientos sesenta y cinco días siguientes... y ahora en esta Navidad, al ir a remozar el artificial paisaje y a recolocar las figuras...: ¿¡Qué cuernos pasa aquí!?











Todo comenzó cuando me pareció que el pastor con la oveja al hombro, al que intentaba enderezar su oblicua postura, me espetaba: ¡Ya era hora!, ¡más te vale!, llevo así inclinado y con la oveja a cuestas ¡un año!, ¿te parece bien? Recoloqué recto al anciano pastor de barba blanca sin darle más importancia a aquellos murmullos figurados que creía oír --serán suposiciones mías--, y cuando limpiaba de arena la lámina de plástico transparente que figuraba el agua de la laguna para que esta brillara cristalina, ya no fueron figuraciones; ahora estupefacto oía claramente la ceñuda conversación entre la lavandera que se dirigía, con esa confianza que da el estar juntos tanto tiempo, de manera displicente al pescador: ¡Vaya mierda de pez!; y para eso, todo un año...: Pues anda que tú que llevas con la misma ropa, dale que te pego todo este tiempo... Hasta ahí normal, era la típica discusión de dos que ya se conocen todos sus entresijos por verse obligados a tratarse a diario, pero lo que no me gustó fue la siguiente aseveración de la boca del mismo pescador, que no soltaba el pequeño pez ni a tiros: La culpa la tiene éste...: ¿Quién?...: Quién va a ser; éste que ahora está limpiando el agua Me quedé de piedra pues se refería a mí; claro que las figuras de barro no hablan, ni piensan, ni...; así que no debía preocuparme. Pero la cosa no quedó ahí; se complicó con la siguiente afirmación que oí, ahora de la lavandera: Si se cree éste que nos va a tener así toda la vida; vá aviáo... Entonces comprendí que efectivamente allí estaba pasando algo raro y extraño; no sé porqué notaba percibir cierta queja colectiva de todos aquellos personajes. Inaudito; ¿o es que no sabían que podía disponer de ellos a mi antojo desde el mismo instante que los compré? Pensando que así pudiera ser y que con el tiempo fueran conscientes de haber adquirido ya algunos derechos, quise pensar que tal actitud de desapego a su dueño, era sólo la de unos pocos.

Pero cual fue mi sorpresa cuando centré mi atención para recomponer la escena --de hacía un año-- de la anunciación por el ángel de la buena nueva a los pastores: ¿Dónde diablos está el dichoso ángel?..., debería estar aquí en lo alto del árbol..., ¡ah! acabáramos... El ángel que ya no brillaba --se le había acabado la pila-- bajándose por su cuenta y riesgo, estaba ahora en relajada conversación de colega con los pastores, y no se crean ustedes que les hablaba de lo divino; al contrario, haciendo dejacción de sus obligaciones, de lo mundano: Ustedes necesitan agruparse en un sindicato de pastores, a fin de reivindicar sus derechos contra los abusos del que os tiene aquí postrados, mirando absortos hacia la copa del árbol ¡un año entero!..., sin días de descanso, ni vacaciones...; ¡tenéis que rebeláos!... Lo que me faltaba --pensé-- un sindicalista, y para más inri: el propio ángel; a éste seguro que lo mandaron aquí abajo porque, cierto, no lo querían allí arriba...: Esto no tiene buena pinta..., esta Navidad me temo que no voy a ser capaz de montar el belén..., esto es una rebelión en toda regla.

Temeroso y casi de reojo miré hacía el Portal, expectante en que se respetaría el "misterio", deseando que por lo menos allí no visionara nada anormal...; y así era, comprobando aliviado que no había novedad: San José de pié con la larga vara en la mano protegía al Niño Jesús, al que miraba amorosamente la Virgen María..., iluminados todos en la resplandeciente luz --favorecida por la pila alcalina-- del ángel del portal, al lado del buey y la mula que seguían dando calor al infante. No se oía ninguna conversación...:¡¡Uuuuufffff!! Bueno lo voy a dejar por hoy; ya mañana desde la normalidad del portal intentaré poner orden a todo esto; faltan pocos días y los familiares que vienen de fuera están ilusionados por ver otra vez el belén. Me voy a dormir.

A la mañana siguiente: mi gozo en un pozo. La situación de moderación en el portal del día anterior había mutado en la contraria; ahora aparecía colmatado: estaban todos los personajes reunidos en asamblea reivindicativa, a los que no bastando tan evidente muestra de disconformidad la publicitaban, ahora, desde lo alto del portal: a la cubierta de éste habían subido un pastor y el paje del rey Melchor, sujetando en alto una pancarta en donde se leía: "DEL PORTAL DE BELÉN, ¡NO NOS MOVERÁN!" Lo que me temía: la protesta se había deslocalizado, añadiéndose ahora a los nativos del lugar, los advenedizos de Oriente. Dentro del portal con gran alboroto de voces se debatían las propuestas, dirigidas por el pastor de las blancas barbas; algunas hay que reconocer, extrañas: ¡Eh!, vosotros los caganers, ¡afuera a cagar!, ya está bien del pestazo que estáis metiendo aquí...: ¡Ah!, nosotros no tenemos la culpa de estar cagando un año entero...: Bueno pues exigid que os hagan unos retretes fuera... Ante aquel alboroto del que se había solidarizado el niño pequeño aunque no participaba ya que, al parecer, sus reivindicaciones trascendían este mundo, miré pidiendo auxilio a San José, el que me miró encogiéndose de hombros, y después a la Virgen María que sí pedía un poco de calma..., sin saber que hacer. Para colmo en los aledaños del portal los reyes magos, comandados por Baltasar, habían organizado un top-manta con sus propios regalos --los que generosamente había cedido el Niño Jesús-- a fin de obtener recursos para volver a sus lejanos países, aprovechando aquellas fechas en las que brillaría de nuevo en el cielo la estrella que les podría guiar de vuelta a sus casas; los que no eran ajenos a las mismas críticas de los otros hacia el tirano artista, sobre todo Gaspar: ¡Cuidado con éste! --se refería a mi-- que es capaz de dejarnos otra vez un año entero aquí sin estrella polar. ¡A éste ni carbón!






... y no bastándoles con eso habían desplegado una pancarta reivindicativa en lo más alto del portal... --belén del autor del blog--

¡Ah, claro!, es que en el belén no tengo romanos. Éstos se van a enterar. Rápidamente voy a poner orden aquí con una compañía de la guardia pretoriana de Herodes; y dispuesto a acabar con aquel motín me fui a la plaza mayor de mi ciudad, donde por estas fechas, como todos los años, ya se había llenado de tenderetes con un montón de figuritas del belén de distintos tamaños, a cual más curiosa. Recorrí todas las casetas, asomando la cabeza sobre los expositores donde desafiantes --embutidos en sus cascos, corazas y escudos-- brillaban de oro los soldados romanos, esgrimiendo aceradas espadas o largas lanzas en las manos. Los primeros que encontré eran demasiados pequeños..., otros no estaban lo suficientemente pertrechados..., hasta que di con lo que buscaba: eran ideales para aquella misión: altos, fuertes, perfectamente uniformados y equipados, con caras de pocos amigos...¡perfectos!, sí pero... observando aquella perfección en la cantidad de detalles de toda la parafernalia guerrera amenazante... reflexioné... y desistí de aquella idea: no era para menos: cada romano ¡¡¡costaba un huevo!!! y haciendo cuentas necesitaría, por lo menos, una decena de ellos... alojamiento, mantenimiento... ¡vamos!: una fortuna... además en los tiempos que corren éstas coercitivas actitudes ya no son buenos procedimientos...; no tendré más remedio que negociar..., seguramente con el pastor de la barba, el del borrego a los hombros: en el encierro del portal me dio la impresión que era, aparte del más follonero, el que llevaba la voz cantante y el que coreaba con más fuerza la consigna: Del portal de Belén, ¡no nos moverán!, del portal de Belén, ¡no nos moverán!, porque el portal ahora es el refugio, ¡¡no nos moverán!!...

Sabía que las negociaciones serían difíciles pues el pastor viejo, aparte de testarudo y exigente, sufría aún en sus riñones de las complicaciones de haber estado inclinado con el peso del borrego tanto tiempo, y no me lo iba a poner nada fácil... además estaba ya cansado de portar durante todo su vida --ahora próximo a la jubilación-- el mismo animal a los hombros y tener que convivir siempre con aquel olor a bicho del que no había logrado desprenderse nunca...; después estaba la mujer de la leña a un hombro que se quejaba de dislocaciones en éste por desajuste de los huesos en la articulación, producto de tantos días llevando la leña en el mismo sitio... y aunque se le notaba buena mujer, tenía su puntito borde de indignación en la exigencia de su queja...; tampoco me iba a allanar el camino de un justo acuerdo que satisficiera a las dos partes el pastor de la gallina en la mano, la que tenía agujereada de la cantidad de picotazos que la dilatación en el tiempo había facilitado a la oportunidad de la gallina de revolverse contra él, sin que el pastor pudiera desprenderse de ella... al igual que de las pródigas cagadas de ave, ya secas algunas, que enseñoreaban de manchas grises sus ropas, oliendo a gallinácea...; y no digamos del sentimiento de asesino que había adquirido el pastor de la matanza, acuchillando durante un año al animal, y viendo, durante este tiempo, brotar continuamente sangre de su cuello... exigiría, como poco, indemnización por daños psicológicos...; todo esto sin pararme demasiado en la crueldad a que había sometido a los cuerpos de los caganers: ¿alguien puede hacerse idea del sufrimiento de un vientre evacuando sin parar todo ese tiempo?... ¡impensáble!... más indemnizaciones, ¡aparte de los retretes!

Al menos habían unos que apenas se quejaban, a pesar de las arengas sindicalistas del ángel, al estar todo el tiempo recostados en la tierra... aunque aquellos pastores exigirían que se les repusiera el rebaño de ovejas pues las que guardaban habían acabado en la olla al ir quedándose sin comida, a la que, por si fueran pocas bocas, ahora se había agregado, con más jeta que alas, la del dichoso ángel...; ¿y con éste que hago?: ¿mandarlo de vuelta a los cielos, donde no lo quieren por conflictivo; o darle otra oportunidad comprándole una pila alcalina?...; y el pescador que querrá nueva caña, pero no una cualquiera: el último diseño que se vendía en Galilea...; y la lavandera que exigirá que le construya un lavadero protegido, ¡¡y público!!...; y los reyes magos magos con sus exigencias regias...; hasta la mula y el buey denunciarán su obligada y forzada asistencia al portal en el falseamiento de la historia --lo habían escuchado del ángel de la pila alcalina-- y ahora exigirán vacaciones indefinidas... En fin una compleja y dilatada negociación si quiero que la familia y amigos disfruten de la magia del belén en estas fechas de ilusión. Bueno aunque sea por ellos me avendré a tantas exigencias, reconociéndoles algunos derechos... pero que no se me suban a las barbas... porque sino doy por finalizadas las conversaciones y les corro las cortinas dejándolos a oscuras. Espero que la sagrada familia me ayude.

Estas reivindicaciones, más o menos matizadas, que formaban el núcleo de la letra grande del contrato fueron aceptadas rápidamente por ambas partes; ahora quedaban las otras, las de la letra pequeña, las culpables de todo aquel follón y las de más difícil negociación: Jornada laboral completa sólo los días de las fiestas de Navidad, desde el veinticuatro de diciembre al seis de enero siguiente...: Bueno, desde el veintidós de diciembre al ocho de enero...: No, lo dicho...: ¡Vale!...: Nos embalarás con nuevos papeles de periódico, el que empleas es muy antiguo y desgastado por lo que no podemos descansar bien...: ¿Antiguo?, pues no es tan antiguo...: ¡Hombre no!, el de la matanza dice que siempre está viendo la cara de Jordi Hurtado, al parecer la noticia es de cuando inauguró su programa en televisión...: Bueno, si eso es así, ¡vale!, realmente es muy antiguo, lo comprendo perfectamente...: A los caganers los colocarás en habitáculos aparte y en estante del garaje también diferente...: ¡Vale!...: Por último queremos por lo menos cinco años sabáticos para reponernos de tantas calamidades...: ¡Ah!, no, no, tres...: ¡¡¡Seis!!!...: Bueno ¡vale!, seis...¡y se acabó!, vosotros a cambio volveréis a vuestros sitios, calladitos, y sin moverse...¡¡¡¡ni un milímetro!!!!...: ¡Vale!, palabra de pastor viejo...: La mía de caballero.

Ahora al remozarlo: nuevo musgo, regeneración de arena y de paja, más palmeras en la zona del agua...reposición de ovejas... enderezamiento de figuras, el "nacimiento" ha adquirido el brillo de hace un año. Todo está en orden, y en la seguridad que no habrá nada anormal, deseo que sea un auténtico placer su contemplación para las personas queridas que esperan expectantes la invitación; quedan pocos días... aunque como siempre está ese amigo pesado que quiere verlo antes que los demás y que, pasando por casa y por encima del autor, te quiere mover los personajes...: Hay que ver lo bien que te ha quedado... todos los caminos hacia el portal... como tiene que ser:¡todos al portal!...: Sí, sí, van todos al portal, pero ahora cada uno tiene que estar en su sitio...: Sí, pero conforme transcurran los días de navidad, los puedes ir acercando a ver al Niño...: Bueno, al Niño ya lo ven desde lejos...: ¡Cómo va a ser igual desde lejos!, no pasa nada si los mueves un poco, mira...: ¡Ni se te acurra!...: ¡Anda!, ¿porqué?...: ¡Porque es muy peligroso!... ¡con lo que me ha costado!...: No entiendo, cualquiera diría que iba a romper las figuras...: No es eso, es algo peor...: ¡En fín!, no lo entiendo...: ¡Yo tampoco!...

En la inminente visita de mis seres queridos, compruebo aliviado --esta mañana al levantarme-- la bonhomía que traslucen en sus caras todos los personajes del belén... seguro que no me van a defraudar...; eso sí: ¡¡cada uno en su sitio!!

Os dejo, ¡ha sonado el timbre de la puerta!




FranciscoMolinaGómez
(En esta Navidad´2014/15: gozosos días a todos; ¡ah! y si alguno tiene problemas con las figuras del belén, haced lo que yo: ¡¡Acordad!!..., es lo mejor)





lunes, 1 de diciembre de 2014

LA BELLEZA DE LO IMPERFECTO



















El niño "Kruchev", en la escalinata del pabellón de mayores del orfanato, sentado en el extremo derecho de la segunda fila --visualizando de abajo arriba--


Dice la Wikipedia, refiriéndose a Nikita Grushchov --también conocido por Nikita Kruschev--, sucesor de Stalin como dirigente de la Unión Soviética entre los años mil novecientos cincuenta y tres a mil novecientos sesenta y cuatro:"... cuando Jrushchov tomó el control, el resto del mundo todavía sabía muy poco de él e inicialmente no quedaron impresionados por él. Era bajo, corpulento y vestía trajes desajustados, "irradiaba energía pero no intelecto" y fue desestimado por muchos, calificándolo como "bufón que no duraría mucho tiempo". El Secretario de Relaciones Exteriores británico Harold Macmillan se preguntó: "¿Cómo puede este hombre gordo, vulgar con sus ojos de cerdo y un flujo incesante al hablar ser el líder y aspirante a zar para todos esos millones de personas?
El biógrafo de Jrushchov, Tompson describió al voluble líder: "Él podría haber sido encantador o vulgar, exuberante u hosco, le dieron muestras públicas de rabia (a menudo artificiosas) y crecientes hipérboles en su retórica. Pero fuera lo que fuera, con lo que se hubiese encontrado, él era más humano que su predecesor e incluso que la mayoría de sus homólogos extranjeros, y para gran parte del mundo él fue suficiente para hacer que la URSS pareciera menos misteriosa o amenazante..."

Para entonces ya estigmatizado en su "ateísmo bolchevique" por el nacional-catolicismo que regía en aquel orfanato: Nikita Kruschev era en el inconsciente de las monjas la representación viva del demonio... de su fealdad... Y no tardaron mucho los niños internos en reconocerla en uno de ellos; en conocer a su propio "Kruchev"








Kruchev perdió su nombre de pila desde el mismo instante en el que ingresó en el orfanato de Armilla, ciudad próxima a Granada: Ha venido un niño nuevo, ¡es muy feo!... : A lo mejor es Kruchev... : ¡¡Sí, es Kruchev!!, ¡¡el nuevo es Kruchev!!, ¡¡el nuevo es Kruchev!!...:¡Eh, tú!...¡¡Kruchev!!..., y así aquel niño de aspecto rudo quedó bautizado otra vez y con otra agua: la turbia de la "canallería juvenil" de los otros niños que se regodeaban en la burla de la mella física de su fealdad y que le infligían sobre todo aquel primer día la mayoría de los que tenían mote consolidado: Bicho, Enterao..., motes a los que en su día se acostumbraron pronto --qué remedio--, y de los que sólo se desprendían unos instantes: los segundos de tiempo en los que, con dilatada periodicidad, se reconocían --¡presente!-- en los nombres y apellidos que la monja coreaba a viva voz desde la puerta del comedor, leyendo --mientras atentos permanecían todos de pie-- los datos escritos en aquellas cédulas de identificación: pequeños papeles que les ligaban a su reciente existencia, gracias a los cuales Kruchev, como el resto de internos, arraigaban por momentos en sus verdaderos nombres; en el tiempo de su nacimiento; y en el suelo que le dio soporte: el de él, la tierra de Lanjarón.

En Lanjarón, localidad balnearia, aposentada en el inicio de subida de la ruta de las Alpujjaras Bajas granadinas, a la que se llagaba por la vieja y estrecha carretera de la costa; una mujer sóla, pobre, avejentada, marcando curva ya al inicio de la espalda por la continua doblez hacia el suelo de las fincas que cuidaba, se conformaba en aras al bien de su hijo a su obligada renuncia, sin apenas muestra de resignación; al contrario: agradecida, dándole gracias al cielo de que le hiciera caridad por ayudarle en el ingreso de su hijo en el orfanato, donde le darían lo que ella no podía: casa, instrucción y un oficio con el que conseguir un trabajo que le haría ser un hombre de provecho el día de mañana... lo que no conseguiría de quedarse allí con ella, ayudándole en las tareas agrícolas, sin escolarizar... pero a ratos cuando en la soledad del cuartucho donde vivía se acordaba del día que lo dejó allí en aquel edificio grande --pabellón de muros de ladrillo-- a donde le acompañaron para entregarlo a las monjas, e inmediatamente después, sin tiempo casi a despedirse, separarse indefinidamente de él, no podía evitar que enrojecieran sus ojos y que de aquel brillo de fuego brotaran límpidas lágrimas silenciosas; esas que por invisibles no importan a nadie; las que sólo sirven para desahogarlas en suspiros, para acallar la amargura de la separación de parte de uno. Aquella prematura doblez ya se marcaba en las rigurosas ropas negras --como el carbón-- que vestía, en respuesta al duelo de su viudez que se prolongaría durante toda su vida. De aquella guisa: saya, vestido de falda y delantal hasta los pies y calcetines de algodón embutidos en unos viejos zapatos de hombre se presentaba cada noviembre en el pabellón de menores, arrastrando un enorme saco lleno de castañas que mostraba un volumen mayor que su cuerpo y al que sobrepasaba cuando, vertical, lo apoyaba en la pared del comedor.

¡Qué gran generosidad en la pobreza!: ¿Cómo aguantaba desde tan lejos arrastrando aquel enorme peso?... para al final, poder ofrecer a cada niño un puñado de castañas. ¡Cuánto agradecimiento a todos y a todo!... dando las gracias porque aquel ímprobo esfuerzo tuviera la reconpensa de poder ver y estar con su hijo aunque fuera unos minuitos. Su expresón de felicidad en el encuentro, clamaba en su rostro que el esfuerzo hasta el agotamiento había valido la pena en su inmensa alegría del reparto de las castañas y, sobre todo, de besar a su hijo.

Madre e hijo juntaron sus caras, que eran la misma, idéntica rareza de gestos en una única prolongación con la misma expresión: la extraña mirada de la madre, como de persona bizca por la casi cerrazón de uno de los ojos, era la propia del hijo, lo que les imprimía un duro entrecejo que agrandaba la frente, agudizada en el caso del niño por las tempranas entradas sin pelo que descubría el rapado cabello. Los dientes eran igual de desproporcionados y del mismo color --sucios--; los que siempre mostraban al mantener constantemente ambos una mueca de boca abierta. Aquel gesto --dándole a la expresión cierto grado de idiocia-- se agravaba en el caso de Kruchev pues el gesto de la boca abierta se escoraba lateralmente, y muy pronunciado hacia el ojo semicerrado, en otro más extraño aún, cuando basculando la cadera y elevando el pie derecho de su recio cuerpo, y sin pruritos, se rascaba gozosamente y de forma prolongada el culo; acción vulgar a la que seguía una escandalosa sonrisa de dientes sucios cuando cualquier compañero le reconvenía asestándole una sonora colleja en el cogote. Nunca se molestaba en el desprecio y el agravio; siempre sonreía, incluso cuando le degradaron al poco tiempo de su ingreso con aquella "broma", que era más una vejacción.

No era al primero que se la hacían: ¡Vamos a hacerle el agareo a Kruchev!... : Eso ¡el agareo!, ¡el agareo a Kruchev!... Lo cogieron entre varios tumbándolo en volandas mientras otros le bajaban los pantalones --lo que no fue muy complicado habida cuenta que siempre los llevaba medío caídos-- para después hacer lo mismo con los enormes calzones blancos que quedaron en las rodillas junto al pantalón cuando ya mostraba a la vista de todos su sexo preadolescente, al que inmediatamente, y de manera compulsiva, empezaron a escupir unos y a embadurnarlo de barro otros, en un espectáculo humillante de risas y vituperios, y al que no se resistía Kruchev --acción en su caso de inútil esfuerzo, al estar sujeto por manos y pies en aquella inconveniente postura de levitación--; al contrario, se reía también con ese registro hosco de rural cuasi básico, incluso cuando iba corriendo de extraña guisa --con los pantalones y calzoncillos al final de las piernas-- hasta el pequeño pilar adosado a las letrinas del patio, a limpiarse. Mostraba un sorprendente aguante a la humillación. Nunca se encolerizaba, todo lo contrario: siempre sonreía; y lo que era del todo sorprendente era que nadie lo había visto nunca llorar.

Pero no todo era escarnio. Con el paso del tiempo en obligada convivencia con los demás niños fue mostrando sus habilidades agrícolas. Cuando ingresó Kruchev en el pabellón de menores ya existían los huertos: pequeñas parcelitas adosadas a las tapias del patio en donde los internos intentaban aprender, por su cuenta y riesgo, el arte del cultivo. Gracias a la dedicación a ellos aprendieron más de botánica que lo que estudiaban en la enciclopedia Álvarez. La plena satisfacción de relación que no encontraba con sus compañeros, la proyectaba Kruchev, primero en los empeños de preparar la tierra: los cabellones de tierra en sinuoso camino de vaivén para el riego o las ingeniosas disposiciones de la caña donde despues se enroscaban las tomateras y legumbres..., y después en la siembra de las semillas: pimiento, tomate... guisantes..., y de la fruta: melones y sandías que guardaba de los postres que le daban, después de dejarlas secar. Había que regarlas mucho por el calor, y Kruchev hacía interminables viajes de ida al grifo de la pila del agua adosado a las letrinas y vuelta para escanciar el agua en el terreno, y que vertía de aquel extraño contenedor parecido a un sombrero chino: remate metálico de chimenea que nadie sabía cómo había llegado hasta allí; tampoco importaba: simplemente le dieron uso, y en su utilidad por todos, persistió en el tiempo. Delicados cuidados que las plantas devolvían en profusos brillantes colores: verdes, rojos, amarillos... más lustrosas sus plantas que las de sus compañeros; las que en ocasiones eran pasto de los gorriones y otras aves que se prodigaban en el patio en primavera y verano, o de la voracidad de los propios internos que, a veces, no esperaban ni a que maduraran...; no importaba: el estaba contento con aquella obsesiva dedicación al cultivo del huerto, visitándolas siempre a primera hora de la mañana regocijándose en su crecimiento...,sintiendo recibir de aquellas plantas el afecto que le negaban sus compañeros..., dedicándoles, por ello, todo el tiempo del mundo, incluso a pique de sufrir alguna insolación, como aquella tarde de verano que, a pleno sol, limpiaba las matas de broza y malas hierbas que depositaba en una esportilla de goma; otro de los pocos objetos extraños supervivientes y que aquel día le salvó de una --o varias-- segura pedrada.

Fulgencio, el guardián hospiciano que auxiliaba a las monjas en las tareas de vigilancia, desde la sombra que sobre el suelo del patio proyectaba el pabellón, donde se guarecían del implacable sol los internos que custodiaba, tensó hasta el máximo las gomas de entre la horquilla de palo de rama de morera y disparó la piedra hacia la figura solitaria que se movía enfrente, en la insolación de las tapias, probando su nuevo recio gomero que un secuaz le había elaborado expresamente para él: un peligroso capricho. La piedra fue a rebotar con fuerza cerca del cuerpo de Kruchev y golpear contra la tapia, advirtiéndole del peligro del que se puso a cubierto: parapetado en la recia goma de la esportilla, en la que golpeaban con fuerza, sonando en golpes secos, las piedras que, disparadas por Fulgencio, rebotaban en el improvisado parapeto, oyendo intermitentes sus amenazantes impactos que hacían vibrar toda la esportilla, ahondando la goma en el punto de contacto con la piedra... y así durante un buen rato hasta que decidió ponerse a salvo... sonando más fuerte las pedradas conforme corría, sin soltar el capacho, hasta donde estaban los demás internos y el propio Fulgencio, el que consciente de la ineficacia del gomero en la distancia corta, le dio con él en la cabeza --cuando lo tuvo al lado-- por haberle fastidiado el ensayo de la novedosa arma; mientras Kruchev se reía escandalosamente por su puesta a salvo. En la siguiente encerrona no tuvo tanta suerte.

Qué bueno que siempre haya un tonto que nos divierta, que nos entretenga, debió pensar el tal Fulgencio ideando aquella maldad --su perversa y retorcida mente no tenía descanso--, valiéndose aquel mes de inicio del otoño de antiguas costumbres que aún les rebrotaban a los internos de vez en cuando: las batallas a pedradas; aquellas particulares guerras en las que las piedras se convertían en proyectiles. Un profundo silencio separaba a los dos bandos, que era roto por un estruendo de voces que, como trueno, rugían en el ambiente del patio, y al instante una plaga de piedra, acompañadas de gritos y mucha furía, caían a uno y otro lado, como ritual purificador, catarsis colectiva, vuelta al estado primigenio: a la ley del más fuerte. En ese trance de enfrentamiento abierto fue cuando Fulgencio empujó al centro de los contendientes a Kruchev en misión de paz, con un trotar raro --el que sólo le permitía a sus pies los pantalones medio caídos, y a medio sujetar por un cordel en la cintura-- portando un pañuelo blanco que enarbolaba en lo alto de un palo; y tanto se metió en la refriega; en la peor zona: en la del tiro cruzado, que una piedra le impactó en la cabeza y lo derribó al suelo; instante para dar por acabada la guerra y hacer balence final: ¡Qué aparatosa es la sangre en la cabeza herida de un tonto! Por supuesto a la monja de guardia le dijeron que se había caído al suelo, mientras lo evacuaban al botiquín a que don Eduardo --un practicante sanitario muy mayor y ya torpe, y del que nadie sabía porqué no lo jubilaban-- con la delicadeza que le caracterizaba --era muy buena gente-- le curara la herida; devolviéndolo después al pabellón donde Kruchev exhibía su herida de guerra en la auforia del héroe, casi con orgullo, riéndose...

Aquel mismo otoño los castañares de Lanjarón --especies arbóreas de gran porte y extensa copa que se prodigaban en abundacia por sus tierras-- dieron una gran cosecha de castañas, ante el alborozo de la madre de Kruchev que no daba abasto recogiendo tan abundante fruto. De seguir recogiendo de aquella manera, aquel noviembre llenaría el saco más grande y voluminoso --pensó la madre-- de los que había llevado al orfanato; y así lo deidió, iluminándosele la cara de alegría al pensar que repartiría más castañas entre los compañeros de su hijo, al que volvería besar; hacía bastante tiempo que no lo veía. Se regocijaba en el feliz encuentro por lo que no reconocía obstáculo alguno para transportarlo hasta el orfanato; ni siquiera la enorme distancia. Su esforzada partida hasta Dúrcal --localidad a unos quince kilómetros en descenso hacia Granada-- por la vieja carretera la dejó exhausta. En la capital del valle de Lecrín, la madre subió el pesado saco y se acomodó junto a él en el tranvía que le llevaría hasta la estación de Armilla. Mientras arrastraba a la espalda aquella carga por la carretera que unía la parada con el orfanato se daba ánimos en sus últimas fuerzas y en la proximidad del final del trayecto. A punto del desfallecimiento muscular logró la madre, al fin, apoyar el saco que le sacaba tres cabezas en altura vertical, sobre la pared del comedor ante el revuelo y regocijo de los internos, que comían en ese momento: ¡Bieeeeennn!... y ahora al juntar las caras ella se apercibió de la herida ya seca en la frente del hijo, y sacando un arrugado pañuelo de un bolsillo de la negra falda, mojándolo en su saliva, lo aplicó amorosamente sobre la huella de la reciente pedrada en la frente, en el agrado y complacencia del hijo: agradeciendo aquella muestra de amor... y aquel año hubo más castañas para sus desagradecidos compañeros que continuaron con sus indolencias hacia él.

Después del feliz encuentro y ya sentado Kruchev en el banco de su mesa del comedor, su cara en la que persistía la misma fealdad de siempre era, sin embargo, un poema de felicidad, hasta que alguien pasando junto a él y dándole una colleja en el cogote le increpó con burla: ¡¡¡Tu madre es más fea que tú!!!..., ¡¡¡tu madre es más fea que tú!!!...; congelando de golpe la sonrisa de dientes sucios de su cara... la que se fue apagando, lenta e inexorablemente, conforme viajaba en el torbellino del agujero negro de una inmensa pena interior que reflejaba, al exterior, una bloqueada expresión de desorientación y desconsuelo, con la mirada triste, pidiendo auxilio como naúfrago en borrascosa tormenta... y en el acto una contenida lágrima se abrió camino en aquel ojo semicerrado, y en el misterio del fluir cristalino del sentimiento humano más antiguo que se manifestara ahora en aquel ojo seco del que nadie vio alguna vez brotara lloro..., mientras las lágrimas brillantes recorrían silenciosas las mejillas..., afloró en aquel rostro "imperfecto" su escondida belleza.



FranciscoMolinaGómez
(... después de algún tiempo juntos en el pabellón de menores te pasaron al otro pabellón, al de mayores, y te perdí la pista --como la de tantos otros--, y en mi afán por recuperar "nuestra" memoria he hallado una fotografía donde estás y he reflexionado sobre aquella "canallería juvenil" de la que no teníamos toda la culpa: éramos, al igual que tú, víctimas en sufrirla también, y hoy no me duelen prendas haber escrito esta justa historia con detalles fabulados, en la que hay muy poco de ficción y mucho de verdad... y en ella me he redimido... ¡hasta siempre Juan!)