viernes, 15 de agosto de 2014

ROSAS POR CARAMELOS











Obra: sin título/ Técnica mixta: lápiz grafito, de colores, ceras, rotulador...sobre cartulina/ Tendencia: expresionista/ Autor: Francisco Molina Gómez (firmado Francisco Emilio Molina Gómez)/ Fecha: octubre 1970  


Es indefectible: las "obras" sobreviven a las épocas y a las personas, y en el mundo de la creación --del arte-- esta persistencia por durar es muy deseable.
Habían transcurrido más de veinte años desde que, retomando los modelos naturales, plasmé con técnica mixta y sobre cartulina un grupo de rosas abriéndose a la vida --desplegando sus pétalos en un espectáculo de intención expresionista-- hasta que en mil novecientos noventa y tres, sin esperarlo y por sorpresa, recuperé el cuadro de forma casual.
Desde una de las paredes del salón de juegos del pabellón de menores del orfanato --lugar cerrado en el que intenté sobrevivir desde los cuatro a los veinte años de edad-- donde la naturaleza de flores enmarcada quedó expuesta para disfrute de los internos, ésta fue testigo del paso de la infancia a la pubertad de las últimas generaciones de niños acogidos que vivieron la encrucijada del tiempo histórico --al que una inmensa mayoría de internos no llegamos a tiempo--: el de las transformaciones de un centro de beneficencia desde la sumisión, al principio, en la rigidez de la caridad de una dictadura, a las bondades, después, de los derechos en una democracia. ¡Qué suerte!
Ninguno de los que no vivimos aquel mejor tiempo hubiéramos creído, entonces, que el opresivo lugar cerraría sus puertas, para bien de los niños asistidos, algún día de mil novecientos noventa y uno. Hizo la Providencia que uno de aquellos días previos al cierre en el que se inventariaban muebles y enseres de lo que habían sido los objetos cotidianos de nuestra existencia, estuviera de visita por el centro un interno de mi generación, el que reconociendo la firma del cuadro solicitó de los últimos regidores su devolución para entregarlo al autor, salvando a la obra de un incierto futuro en algún almacén o vertedero. Gracias Jesús y Loli.
Fue muy gratificante reencontrarme con la pintura; recordar los días --aunque fueran difíciles-- de su creación, de los que evoco una infinita soledad, a la que vino a auxiliarme alguien --sor Teresita-- que siempre había confiado en mis aptitudes artísticas y en mi pasión por el dibujo y la pintura. Y en aquella ocasión --1970-- también fue providencial: "Me gustaría que me pintaras un cuadro para el salón de juegos de los niños pequeños: un grupo de rosas".









Aquel cuadro de flores no fue la única ocasión que sor Teresita había hecho de mecenas para conseguir, de mis facultades artísticas con el lápiz, otras láminas de colores cuando ya, a su llegada al orfanato --comenzado a estudiar el bachillerato-- me antecedía cimentada fama de las tizas de colores. ¿Cuál fue el origen? y ¿cómo se explica que alguien abandonado a su suerte, sin maestros, sin medios, sin nada ni nadie donde apoyarse, hubiera llegado a dominar de manera aceptable el mundo de las formas y los colores? Aún hoy, pasada la sesentena, sigo pensando que en el origen del proceso hubo sobre todo una necesidad vital: ilimitada fascinación por ese universo que me indujo a dibujar de cualquier modelo y de una manera compulsiva en cuantos soportes tenía a mi alcance, a cuya práctica y evolución nunca reconocí obstáculos, aún en época de escasez, ya que a falta de papel bueno era el terreno del patio del orfanato. Bastaba un corto palo para hacer brotar de la tierra un mundo de desbordada imaginación. Nunca obra tan temprana tuvo mejor espectador: el cielo. De esta manera y descubiertas ya mis inexplicables cualidades para el arte fui nombrado por mis tutoras con hábito --hijas de la caridad-- dibujante oficial en el encerado de la escuela aunque no levantara dos palmos del suelo y para ello tuviera que utilizar una pequeña tarima. De los dibujos en la pizarra gigante pasé a los decorados del salón de actos, y de estos a mi etapa religiosa.

Eran los años sesenta del pasado siglo y para entonces ya había llegado al orfanato desde su Tenerife natal: sor Teresita. Joven monja, formada ya en el magisterio; tez morena como si en su cara se hubiera traído todo el sol de las islas Canarias; ojos vivaces que aprehendieron en corto período de tiempo la realidad de aquel lugar, y una empecinada actitud de querer cambiar algunas de las infames costumbres que aún regían en el centro: abominaba del hábito de los golpes y los palos todavía presentes, entonces, en nuestra crianza y educación. ¡Incauta!, no nos conocía bien aún, pues habituados a estas penosas prácticas no entendimos el mensaje y abusando de su bondad --concibiéndola como debilidad-- la hicimos blanco de nuestra rabia contra el colectivo que representaba... a pesar de todo siguió insistiendo en tratarnos como personas... y hoy aquellos que nos reíamos cuando --en el deje guanche-- nos llamaba "muyayos" en vez de muchachos la queremos aún más y la recordamos todavía. ¡Cuánta paciencia y generosidad, en un ambiente tan desfavorable!

En aquellos años sesenta triunfaba el minimalismo en las formas y en el fondo: los mensajes subliminales apoyándose en los símbolos y los sencillos dibujos que navegaban entre la figuración naturalista y la desestructuración cubista. Adelantada de la nueva iglesia --la del Concilio Vaticano Segundo-- sor Teresita se había apercibido que ésta había adoptado la moderna estética de las formas simples, incluso para su semiótica con acusada intención evangélica. Lo más "in" eran los mensajes directos a través de los objetos cotidianos, de los iconos... en un lenguaje pop.

Con estas premisas me requería de manera intermitente --algunos sábados de los años de mi bachiller poniendo a mi disposición su mesa desbordada por todo tipo de materiales: cartulinas, colores al lápiz, al pastel, a las ceras... y un puñado de caramelos-- en el aula del pabellón de menores donde daba sus clases, y partiendo de algunas ideas, visionando grabados y estampas, concebíamos la composición de las láminas --de gran tamaño-- anunciantes de los tiempos del Evangelio en una continuada producción --a lo largo de esos años-- de carteles religiosos. Colocados en el pasillo de la entrada a la iglesia del orfanato producían el efecto deseado: una indudable empatía entre la institución católica y los feligreses que acudía a la misa de domingo. Fueron muy elogiados. Aquella relación mecenas-artista tuvo su final cuando, enviado al pabellón de mayores por mayoría de edad, corté el cordón umbilical que me ligó hasta entonces a las monjas. Allí me esperaban otros guardianes, éstos masculinos, más severos, alguno violento al que me enfrenté abiertamente; gente nulamente preparada para la crianza y educación de chicos adolescentes.

Era el principio de la década de los setenta, del que he escrito: "Mil novecientos setenta y uno fue el inicio de un nuevo tiempo; de confusión, de desagrupación, de soledad, de desubicación, de insistir obsesivamente en la idea de supervivencia. Los muros oprimían mi esperanzada adolescencia con redomada fuerza, y las tapias cercenaban, a diario, mis primeros vuelos libertarios; ¿hay conciencia del alma en un cuerpo con ataduras? Entonces mi vida era todavía una herida abierta que me llenaba el ser de cicatrices y de las que llevaba, indefectiblemente, sus marcas: las de la temprana orfandad, las del hambre de ración, la de la angustiosa soledad de la noche, del día, del mes, del año, de los cumpleños, de la amistad...; de la ausencia. Castigaron sin descanso mi natural disconformidad de tardoadolescente --tuvimos que madurar muy pronto-- de aquel tiempo; ni siquiera apunto rebeldía, en todo caso lo era sólo por omisión. No soportaba especialmente en aquellos momentos los personajillos que dirigían mi existencia desde la tiranía; los que ejercían su poder desde la ignorancia consentida, y los que nos mandaban instalados en la estupidez y la disciplina exagerada, e hice oídos sordos a las órdenes que querían regir mi vida sin mi permiso, a sabiendas que esta actitud es la que más irrita al tirano, sin apercibirme que el ser abyecto ejecuta sus actos con premeditada intimidación del colectivo y, así, degradando mi condición de recién graduado en bachiller superior, se escarmentaba a los demás internos...".

El nuevo encargo, después de algunos años, era el bálsamo que necesitaba en aquel momento. Retomar la relación con mi mecenas era un deseo que venía subyaciendo en mi mente todo aquel tiempo: "Bueno, vale, yo te pinto el cuadro con las rosas a cambio de muchos caramelos... ¡de frutas!"... creo que era octubre de mil novecientos setenta y allí estaban, en la misma mesa de siempre repleta de todos los materiales de dibujo --incluso novedosos rotuladores de colores--: un buen puñado de caramelos de frutas variadas... no sé de donde los sacaba pero allí estaban: de piña, naranja, limón, plátano... yo retrasaba el progreso del cuadro --sólo lo indispensable para que no se marchitara el modelo natural-- para así me fuera proveyendo de más caramelos, y sor Teresita disfrutaba con mi deleite por la golosina; gula de dulce que tuviera algo que ver con el antiguo relato del centro antes de que ella llegara, y que me escuchaba con mucha atención en una de aquellas sesiones de pintura "... y sor Delfina --superiora de finales de los años cincuenta-- subida a lo alto de la escalinata de acceso al pabellón de la comunidad de monjas, como regalo por su onomástica, lanzaba al aire los caramelos que cogía de un caldero metálico, dirigidos hacia el lugar, abajo,donde nos arremolinábamos pendientes de la caída de la golosina, y en el afán por atrapar alguno de los caramelos nos desollábamos en la tierra, y una vez en el suelo peleábamos entre nosotros como jabatos para coger uno de los dulces antes que los otros... y si no habías sido de los afortunados, con las rozaduras y rasponazos, no perdías la esperanza de ser uno de los agraciados al año siguiente...": "¡Cuánta carencia y resignación!", apuntaba mi mentora al final del recuerdo: "Ahora entiendo esta necesidad...".

En las sesiones de pintura, entre exclamaciones de agrado del cuadro por su parte:¡Está quedando muy bien!, nos explayábamos conversando --ella sobre todo escuchando atentamente, en una predispuesta actitud de comprensión-- de mis inquietudes; las del presente de un chico de dieciocho años atrapado en un tiempo y en un lugar que ahora ella bien conocía, y las del incierto y esperanzado futuro; y ella, en confidencia, me confesaba de sus dificultades de progreso de las nuevas ideas en una comunidad de monjas conservadoras, tradicionales y envejecidas sobre todo de mente... el todavía alargado brazo: nacional-católico: "Te acuerdas el escándalo de aquella lámina; creo que fue la última", me decía esbozando una franca sonrisa, mientras yo me aplicaba en aquella explosión de pétalos de rosas.

Y es que no todas aquellas láminas religiosas fueron elogiadas. Hubo una... De aquel esperpéntico episodio escribí después: "Como artista en continua evolución estaba pasando por una de aquellas crisis de identidad respecto a mi obra gráfica. En duda constante, me pareció que aquellos dibujos, aunque muy apreciados, carecían de la nueva visión del arte. Haciendo balance de todo lo dibujado pensé, entonces, que la relatividad de mi particular mundo sólo debería quedar enfatizada por el observador. Urgían nuevos planteamientos --como le expuse a sor Teresita--a aquella excesiva rigidez. Nuevas panorámicas. En estas divagaciones estaba cuando la monja canaria me encargó para un viernes santo el cartel de un cristo yacente en la cruz. Vino en auxilio de mi convulsa creatividad la imagen del Cristo de Dalí que había visto en la reproducción de una lámina: la fuerza que dimanaba de la deformada figura por efecto de la visión a vista de pájaro, era impresionante. Contemplando ambos la reproducción, se me ocurrió la idea, siguiendo el mismo planteamiento de visualización, de buscar alguna forzada perspectiva como lo había hecho el genial pintor pero en vez de situar al observador en el cosmos lo situaría en la tierra, debajo mismo de la cruz.

Aunque el reto era grande, puse manos a la obra, o a la cruz --como se prefiera--. Aquel forzado punto de vista obtenía una deformada figura de pies grandes y marcaba en la entrepierna un abultado paquete en la única prenda que vestía. Una vez expuesta la imagen, no sin ciertas reticencias, el exceso de volumen en el paño, por efecto de la perspectiva, pasó de abultado a sospechoso y no tardó mucho en ser catalogado de obscenidad con el consiguiente escándalo entre la comunidad de monjas, las que retiraron, inmediatamente, tamaño cartel blasfemo, habida cuenta de lo prolongado --en principio-- de su exposición: toda una semana santa. El "nuevo misterio" de la cruz, no entendido en capítulo de monjas mayores acabó con mi peligrosa incursión en la libertad creativa y, por ende, con los carteles religiosos, pese al apoyo incondicional de sor Teresita; lo que me retrotrajo a una etapa más mundana y con menos riesgo: los dibujos a plumilla de la Alhambra"...:¡Y qué bonitos eran aquellos dibujos a tinta china!, apostillaba la monja, después de recordarle mi condena por la reverenda madre --la Guerra-Bravo-- al más oscuro ostracismo... luego nos reímos con abierta complicidad.

Ahora que he recuperado el cuadro y aquellos difíciles días, compruebo que las escenas de ese tiempo en la película de mi vida aparecen aún atormentadas... una guerra abierta con el más infame y violento de aquellos empleados-celadores... la injusta expulsión del centro por mi pertinaz desobediencia hacia el administrador-director de pensamientos totalitarios, que escondía tras aquel rostro de grotesco labios bajo nariz de boxeador su condición de abyecto falangista... la conjura de los necios en mi expulsión... de la que he dejado constancia escrita: "Poco después y con la tristeza del silencio cómplice, sin oficio ni beneficio, me marché una tarde de aquel inicio del verano --1972--, por la puerta de atrás, con lo puesto y mis escasas pertenencias (alguna ropa y mis libros de opositor) acomodadas en lo que era el diminutivo de una maleta; la que colmataban, no dejando ni un resquicio de espacio. Llegué con nada. Me fui con muy poco. ¿Dónde estaba mi ángel de la guarda? Posiblemente hizo alguna gestión pero aquel sátrapa no le escuchó. Del cura sólo obtuve evasivas. De las monjas el silencio más amargo. No hubo momento para la despedida: ¡¡Adiós compañeros!!

Traspasé para siempre las pesadas verjas sin mirar hacia atrás y me encaminé, en la más absoluta soledad, hacia la incertidumbre que resultó ser un agujero negro que me arrastró a una profunda crisis nerviosa
... sentía impotente la fuerza que me arrastraba al filo de la sima. Seguía sin encontrar nada donde agarrarme; nadie donde apoyarme. Detrás todo seguía latente, como si no hubiera acabado aún. Delante el panorama era aún peor, todo estaba oscuro y no podía ver nada. Cerré los ojos en lo inevitable y entonces percibí la cálida mano de ella, asiendo fuertemente la mía.
de la que empecé a salir cuando, a mediados de la década -1976-- conocí a Teresa, mi mujer. Gracias cariño. Todavía le sigo imponiendo a mi memoria una difícil tarea: velar la película de esos años, en una acción de amnesia voluntaria. Casi lo consigue."

Recobrado lo mejor de aquel tiempo se lo he prometido a mi mujer Teresa. A ella, que siempre se queja que nunca visito "Interflora": los regalos de ramilletes de flores se marchitan con el tiempo; éste no se marchitará nunca... disfrútalo, pero tú bien sabes con qué condición.

El cuadro que sobrevivió a la estancia en el centro, de su mecenas --al poco tiempo de colgar el cuadro, modestamente enmarcado y protegida la cartulina por fino cristal, en la pared del pabellón del orfanato, sor Teresita marchó de allí--, y de su autor --al año de la marcha de sor Teresita me expulsaron del centro--; y al que no había puesto título, bien pudo intitularse: "Rosas por caramelos".

Aquel puñado de caramelos de frutas es la contraprestación mayor que he obtenido por una de mis obras. Nunca comercié con el arte; siempre lo regalé.

Con sor Teresita en 1971, poco antes de que se marchara del orfanato


FranciscoMolinaGómez --"Emilio"--
(A la monja guanche: deseo en el recuerdo no olvidarte nunca. Gracias por llevar a nuestra dificultosa existencia un poco de aire fresco)