jueves, 31 de julio de 2014

EPÍLOGO DE UNA LOCURA COLECTIVA










1979. "Personajes a la salida de un concierto de rock" del pintor Guillermo Pérez Villalta


Breve crónica en clave antiépica de una relación amor-desamor... del Madrid que se amaba y que se odiaba a la vez: un tira y afloja entre la inercia del pasado y su ruptura hacia un futuro que urgía ya, sin más esperas...; el tiempo de una ciudad viva desde la que se podía subir hasta lo más alto: "De Madrid al cielo", o morir en el intento de habitarla: "Madrid me mata"...; una ciudad a veces inhóspita donde deseo fervorosamente seguir viviendo








Era el mes de febrero de mil novecientos ochenta y cinco y nadie nos esperaba en una ciudad que empezaba a dejar atrás la reinventada modernidad; sus años más disparatados consecuencia de la explosión libertaria de la calle que se produjo, inevitable, al final de la dictadura: una larga travesía --treinta y seis años-- por el desierto de la iniquidad que había dejado en el país y en particular en la "Villa" un paisaje desolado y yermo, infecundo durante mucho tiempo, mostrando aún visibles, después de tantos años, las secuelas de la prolongada falta de libertad y la continua represión de las manifestaciones humanas más íntimas: la diversidad de opinión; la libertad sexual, la de creación artística...

Estábamos llegando a Madrid cuando la llamada Movida Madrileña era ya historia reciente; en esos momentos en los que las actitudes de rebeldía inicial y pasotismo (filosofía nihilista castiza) de sus jóvenes creadores y participantes se habían adocenado y eran absorbidas ya, aprovechando la coyuntura,por la cultura oficial, entrando las nuevas creaciones a formar parte de los circuitos convencionales del consumo, aunque aún persistían núcleos de resistencia localizados en el Rastro, en los baretos de Malasaña y otros puntos que proclamaban todavía una "ciudad libertaria y libertina", una "anarco ciudad", sin la connotación ideológica pues aquella "revolución" fue todo menos política. Crearon su propia cultura --o, más bien, contracultura-- al margen de los grupos políticos ya organizados y estructurados, poniendo su mirada en los movimientos sociales del entorno --sobre todo los de Gran Bretaña, Holanda, Alemania...--, con mayor énfasis en la creación artística, en particular en la música del momento --punk, new wave, heavy metal...--, adoptando enseguida la importada estética --actitud de rebeldía-- con la que los jóvenes se identificaban entre ellos, y, a la vez, les distinguían de las otras tribus urbanas en un magma muy diverso de formas de vestir, de peinarse, de mostrarse con la piel tatuada y taladrada por piercings... ligadas a las eclécticas tendencias musicales que se habían originado a partir del rock y del pop, poniendo distancia con las generaciones mayores; esgrimiendo ante sus narices cierta irreverencia hacia lo que consideraban una oscura época de la que querían alejarse a pasos agigantados; al fin y al cabo, y sin que nada ni nadie pudiera evitarlo, se estaba dando el salto a la posmodernidad en un país que ni siquiera había llegado a tiempo a la modernidad, y Madrid estaba en el lugar y sus gentes en el momento adecuado para liderar aquella "revolución".



1984. Portada del número uno de la revista "Madrid me mata", ligada a la Movida Madrileña, dirigida y diseñada por Oscar Mariné

Era de noche y llovía cuando ingresé en la capital. Como una indefensa presa, sin apenas advertirlo por el desconocimiento del territorio, había quedado atrapado dando interminables vueltas --sin destino y sin final-- en la M.30, una carretera de circunvalación cerrada en sí misma que me llevaba al punto de inicio una y otra vez, sin solución final..., y hacia el parque zoológico cuando tomé desesperadamente una de las salidas. Aunque en el coche viajaban --aún muy pequeñas-- mis hijas Elena y Miriam, no era intención --de mi mujer Teresa y mía-- la de visitar los animales en cautividad a aquellas intempestivas horas de la noche; así que dando media vuelta con el vehículo atestado de ropas, enseres y algún mueble --mi aparatoso tablero de dibujo remataba el equipaje atado a la baca del Renault.9--, y después de toda una epopeya, parando y preguntando a los pocos mortales con los que nos encontrábamos, dimos por fin con la dirección hacia Villaverde Bajo, en el distrito sur, donde los padres de Teresa habían adquirido, década y media atrás, una vivienda que fue nuestra casa durante cuatro prolongados años; tiempo que se nos hizo algo largo habida cuenta del cambio brusco de residencia: habíamos dejado una tranquila y relajada vida en un pueblo de la costa de Barcelona --Castelldefels-- donde disfrutábamos de la bondad del clima y de los continuos baños de mar. Pero aquel sentimiento duró poco tiempo porque enseguida, pasados los primeros momentos, Madrid nos atrapó como apresa a todo forastero que llega a estas tierras que no son de nadie y de todos a la vez.

Diariamente tomaba el autobús y después el metro para dirigirme a mi trabajo --sentía pánico a circular con mi coche por Madrid-- en el centro de la ciudad. Una ciudad que aún se sacudía, con fuertes y rápidos manotazos, su vieja pátina gris, la que empezaba a quedar tapada por el colorismo de su gente más joven --todo un muestrario de vivos colores tintados en las más diversas y extravagantes crestas capilares se paseaban por las calles ante la expectación de unos y el rechazo de otros-- vistiendo el mods, el rockers y el glam más actual. Una ciudad abierta en la superficie: muy caótica, atestada de tráfico de vehículos con persistente fondo de ruido sobre el que destacaban, intermitentes, las estridentes sirenas de las ambulancias blancas y de los coches de policía; y, a la vez, una ciudad subterránea en la que el metropolitano --Metro-- era el principal y genuino transporte de la mayoría de sus habitantes; los que habitualmente nos preguntábamos quién era ese tal "Muelle" que aprovechando la noche, y, posiblemente, el descuido de los empleados del metro, había propagado de manera inusitada su firma-grafitti: su apodo o nombre de guerra rubricado por una espiral en forma de muelle y que acababa en punta de flecha aparecía repetido en grandes dimensiones, impreso en pintura spray, sobre los carteles de propaganda de las estaciones del suburbano. También algunas paredes de la ciudad amanecían con las pintadas del enemigo público número uno de los empleados municipales de limpieza, y que, hasta aquel momento, era un personaje enigmático, invisible, escurridizo... anónimo, aunque todo Madrid conocía el grafitti.


1987. Apresada en la red de plástico que evita la caída de cascotes a la calle, aún, a día de hoy, subsiste la firma-grafitti de "Muelle" en la pared exterior, degradada por la humedad, del edificio de viviendas en calle Montera número treinta y dos de Madrid. Posiblemente el único grafitti al exterior de "Muelle" que ha pervivido con el tiempo. Es curioso como junto a su firma aparecía un copyright, ya que Juan Carlos Argüello --nombre que se escondía tras la firma-- lo había registrado

Perplejos transeúntes por el repetitivo gesto caligráfico entre los que me encontraba, intentando entender las razones de su autor: ¿¡Quién carajo es ese tal Muelle!?...y: ¿¡Qué diántres quiere decir con todo esto!?... con aquella necesidad de dejar su marca personal, su filigrana particular aprovechando los elementos urbanos... quizás intentaba salir del anonimato de habitante de suburbio de una ciudad en plana catarsis cultural... o era una llamada de atención de que allende el centro existían gentes, como él, que reclamaban su protagonismo en aquel momento histórico... tal vez era sólo un adelantado de esas gentes que se hacían visibles en los barrios y calles del casco antiguo con actitudes singulares --provocadoras-- abanderando una cultura cercana a los últimos movimientos sociales de fuera de nuestra fronteras --adaptada a lo autóctono-- ligados a la cultura underground: música, ilustración, cómic, pintura, fotografía, cine, poesía... y a su transmisión: garajes, locales, y baretos se erigieron en las factorías donde se producía lo nuevo, la música trasgresora, y los muy transitados y muy visibles elementos urbanos: paredes, muros... incluso vagones de trenes, eran los soportes elegidos para los mensajes-grafittis, dando un "corte de mangas" al viejo, caro e inaccesible sistema convencional de publicitarse para darse a conocer cuando aún no existían las redes sociales... tal vez fuera ese el proceso en el que se había embarcado "Muelle", provocando con sus firmas, pintadas por toda la ciudad, la posibilidad de decir que existía a miles de miradas a la vez; hecho insólito que, ante la imposibilidad de ponerle cara al autor, agrandaba su leyenda de trasgresor de la convivencia al uso hasta que en una ocasión fue sorprendido para regocijo de algunos: ¡¡¡Hemos cogido a "Muelle"!!!, ¡¡¡hemos cogido a "Muelle"!!!, ¡¡¡hemos cogido a "Muelle"!!!...


1991. Personajes de la película "Tacones Lejanos", dirigida por Pedro Almodóvar: un universo de mujeres

Aquel espíritu festivo y trasgresor se trasladó, durante al menos un decenio, a todos los ámbitos de la ciudad, y, cómo no, a los académicos. Cuando en el mismo año que llegué a la capital me matriculé de arquitectura en la universidad politécnica de Madrid, era ya patente la disconformidad del joven alumnado con el rígido y adocenado sistema de enseñanza que había pervivido intacto mucho tiempo. Aprovechamos el tono popular del momento --la carrera había dejado de ser elitista para abrirse a todas las capas sociales-- y el acento libertario que introdujo su recién nombrado director Ricardo Aroca --aún conservo su estampa de viejo motero de cabellera y largas barbas blancas llegando a la escuela en su moto Harvey Davidson--, para reactualizar el antiguo código de convivencia entre profesores y alumnos, y de ambos con la dirección de la escuela...; para comunicarnos, entre los alumnos, de una manera más humana... mensajes en una botella sobre nuestras incertidumbres, nuestras inquietudes... que iban de la crítica constructiva a, incluso, la llamada de amor desesperada de la chica al compañero que habitaba la inopia de sus amorosos reclamos, publicada de puño y letra en uno de aquellos innovadores e inolvidables tablones de anuncios (9-12-98 CO 153): " Unas palabras de lo íntimo (¿Quién no quiere oír de amor?)/ He hablado contigo a menudo, en ciertas ocasiones tus ojos y mis ojos bailan y se espían.../ Hola/ Escribo aquí para ser oída y no ser vista, para hacerme oír anónimamente, pero siempre siendo yo/ Llevaba tiempo pensando como dirigirme a quién quiera leerlo, y decirle lo que hay dentro de mi/ No podéis imaginaros como estoy de frustrada; siento en mí una rabia enorme, enorme, enorme (...) ¿Porqué es tan difícil?/ Hay golpes inevitables, que además te sirven para espabilar un poquillo y adaptar los esquemas al mundo de hoy. Pero mi infinita tristeza vuelve cuando veo que no hay salida a estas ilusiones (...) cada vez que me encuentro con tus ojos y, una vez más entre un millón de veces, sigues siendo alguien extraño/ Estoy infinitamente harta de besarte sin palabras, ni siquiera gestos, y tener que seguir dentro de mi papel de desconocida por siempre/ No puedo más/ He perdido la paciencia. Son ya casi cuatro años de una ilusión que crece inevitablemente, quiera yo o no quiera/ Pensé que podía olvidarte pero cuando te vuelvo a ver mi corazón salta, ahora con rabia, y sé que tú también me acaricias sin palabras/ ¿Porqué no se pueden hablar las cosas claras y ser directo, hasta rozar la rudeza?/ No puedo más de esas miradas que lo dicen todo pero que nunca se descubren. No puedo más de querer conocerte y que tú, y que yo, sigamos dentro de ese río por el que nos sabemos dirigidos a alguna parte y del que no nos atrevemos a salir por un momento (...) Supongo que te queda ya poco de estar en este lugar, porque después de cuatro años, siendo tu mayor, supongo que estás a puntito de empezar tu propia carrera. Supongo que me queda poco ya de encontrarme con tus ojos o tu figura; ¿qué se perdería por probar a conocernos?; ¿que se podría ganar? No creo que sea tan grave/ Estoy harta, hartísima, de que la vida se me vaya entre los dedos de las manos mientras intento mantenerme en mis sueños de colores (...) ¿Porqué no me hablas?, descúbrete, hazme ese favor/ No quiero conformarme con esperar, puedo llegar a viejita y seguir viviendo cuentos preciosos de hadas; siempre cuentos/ Tampoco quiero que en una curva repentina la vida me presente un plan que, por real y por no ser tan malo, acabe por adoptar para los días que me queden/ Te escribo en un lugar del camino entre una curva y otra.../ ¿Porqué matar las ilusiones a fuerza de costumbres y caretas?/ Esto es demasiado irreal para mí.../ Mi sueño sería descubrir contigo todo eso que tenemos por delante. Sería descubrir contigo la forma de vivir viviendo también las ilusiones. Sería descubrir contigo la forma de hablarnos y escucharnos, más allá de las fronteras en las que crecimos/ Un beso (uno más) a Jaime, al amigo de Teresa, a mi compañera de proyectos, al chico de mi clase... pero sobre todo al amigo de Teresa.



1998. Tablón de anuncios donde se publicó la llamada de amor desesperada. ¿Contestó alguien al mensaje de la botella?, ¿fue receptivo aquel dardo de sinceridad amorosa, de la que firmaba como expediente:28.706, directamente al corazón del amigo de Teresa? Por favor si alguno de los que me lee era el destinatario me haría mucha ilusión que se mostrara en algún comentario

En una de aquellas imposturas: el grupo experimental de proyectos --grupo t-- me instalé yo, más por desahuciado del sistema que por disidente del mismo. Tuve noticias del grupo por mi compañero de estudios entonces y hoy amigo y colega Miguel Sevilla, el que me invitó a una de aquellas extrañas reuniones en el sótano de la escuela donde los discrepantes del resto del alumnado reflexionaban sobre la arquitectura en sí y su relación con las más recientes tendencias artísticas y filosóficas... proponiendo en sus conclusiones desvincularse del método de enseñanza hasta entonces vigente en las aulas donde sólo se valoraban los proyectos de los alumnos como productos acabados y definitivos: "Queremos investigar en el método, en el proceso, en la colaboración abierta entre disciplinas, en el trabajo en grupo". No me resistí a su ingreso pero más por necesidad --por mi edad me costaba ser admitido en los grupos convencionales donde la proyección de los profesores primaba en los alumnos jóvenes-- que por entender todo aquel barullo e hice mi bautismo de fuego en el debate sobre la experiencia en la ficción de una distopía urbana futurista; coloquio que siguió a la visualización de la película "Metrópolis" de Fritz Lang. Qué mejor comienzo que la introducción en la interrelación de dos lenguajes artísticos --la arquitectura y el cine-- en una misma obra. Aquello prometía: fueron dos años intensos e intensivos que desgraciadamente no tuvieron continuidad. La falta de apoyo material y humano hizo que aquel grupo que abanderaba una "rebelión" entre el alumnado: célula aparte que se había parasitado en la estructura y organización de la escuela simplemente por motivos de supervivencia, se fuera apagando poco a poco, diluyéndose como azucarillo en agua hasta ser reabsorbido por el propio sistema --como casi siempre sucede-- dando por finalizada aquella experiencia autónoma.


1996/98. Audotorio "Alfredo Kraus" en Majadahonda, Madrid: lo que queda después de la tormenta. Frente al postulado moderno de la primera mitad del siglo veinte, un nuevo lenguaje arquitectónico --discurso posmoderno de la deconstrucción-- apuntaba ya en el paisaje de Madrid a finales de la década de los noventa

Para entonces eran ya días de cambio en la escuela; de huida a ninguna parte del amigo; de vestíbulos vacíos; de sustitución de director; de vuelta al redil; de fútiles exposiciones de proyectos con novedoso grafismo y dudoso premio a la deslumbrante y seductora imagen virtual, pero estéril a falta de discurso; de robos descarados del intelecto guardado en las carpetas; del latrocinio de los libros y revistas de la biblioteca, algunos cercenados en sus páginas para obtener a toda costa una imagen de arquitectura de moda, temporal y pasajera... Días de cambio en el país; de camarillas azules y rojas; de especuladores y adoradores del becerro de oro; de paniaguados seudoartistas; de esa clase --beautiful people-- con intereses espurios; de gigantes de barro en forma de casta política; de antiguos postulantes en las elitistas escuelas de negocios a feroces desvalijadores de las carteras ajenas; de los borreguiles: "politicamente correctos"... Días de cambio en Madrid... de viajes sin destino y retorno como eterna candidata; de sempiterna errante en busca de modelo; de perenne sufridora del intenso y continuo tráfico de coches que le ha impreso su inexplicable carácter urbano, aunque ahora las ruidosas ambulancias ya no fueran blancas... días difíciles que supusieron el caldo de cultivo donde se reprodujeron los felones --abundaron en mi lugar de trabajo--, medrando siempre en las inmediaciones de los despachos del poder, a cuyos titulares mostraban el más infecto servilismo, mientras se apoyaban descaradamente en el trabajo de los demás para el propio enriquecimiento personal, a los que se añadieron después los "idiotas contemporáneos", pendientes del asalto al poder; los que desgraciadamente sufrimos.

Lo que ahora se vivía en la escuela y en mi trabajo era una metáfora de la vida del país, y así cuando entramos en el nuevo milenio, Madrid era ya su capital domesticada, con cierto cansancio de muchas de sus gentes, el que aprovecharon otras que representaban la antítesis al espíritu renovador y libertario que había inundado la ciudad al final de la dictadura. En sus calles, plazas y avenidas ya no cantaban los poetas urbanos, ahora lo hacían los antipoetas; esos otros que habían trastocado las letras de sus canciones después de ponerle cerco a sus estrofas declarándolas "non gratas". Nos vendieron a un precio muy alto la falsa lírica y muchos incomprensiblemente la compraron. Otros, los menos, se recluyeron en la melancolía de los ghettos y reductos del viejo Madrid, donde todavía hoy se escucha el eco de las leyendas que recitara el curtido cantautor: "Allá donde se cruzan los caminos/ donde el mar no se puede concebir/ donde regresa siempre el fugitivo/ pongamos que hablo de Madrid/ Donde el deseo viaja en ascensores/ un agujero queda para mí/ que me dejó la vida en sus rincones/ pongamos que hablo de Madrid/ Las niñas ya no quieren ser princesas/ y a los niños les da por perseguir/ el mar dentro de un vaso de ginebra/ pongamos que hablo de Madrid/ Los pájaros visitan al psiquiatra/ las estrellas se olvidan de salir/ la muerte pasa en ambulancias blancas/ pongamos que hablo de Madrid/ El sol es una estufa de butano/ la vida un metro a punto de partir/ hay una jeringuilla en el lavabo/ pongamos que hablo de Madrid/ Cuando la muerte venga a visitarme/ que me lleven al sur donde nací/ aquí no queda sitio para nadie/ pongamos que hablo de Madrid... ¿Qué ser, que no haya enfermado de insensibilidad, puede permanecer impasible a la poética de estos versos?: ¡Qué pena los que no vivieron entonces Madrid! y que condena ahora... Madrid... relegada encrucijada en el vórtice de caminos que circunvalan sin destino los juglares... Madrid... vigilante ojo de Gran Hermano... Madrid... estelas de deseos en el vacío de la Red... Madrid... predio de zafias princesas del pueblo, y de mar de delirios de alcohol en urgencias de hospital... Madrid... de desocupados sicóticos oyendo sirenas de muerte bajo oscura bruma... Madrid... de fríos túneles de desheredados envueltos en cajas de cartón... Madrid... de invisibles marginados, olvidados en los descampados jugando a la vida con la "dama blanca"... Madrid ... Madrid... Madrid...

Se ha abierto un tiempo incierto... Madrid... a lo mejor me suba al cielo o, tal vez, me mate... no me importa... siempre que algún día, al doblar la esquina de una calle solitaria, me sorprenda una mirada cansada y una voz rota en la última estrofa: "Cuando la muerte venga a visitarme/ no me despiertes, déjame dormir/ aquí he vivido, aquí quiero quedarme/ pongamos que hablo de Madrid".


FranciscoMolinaGómez
(¿Para cuando otra locura colectiva?... no sé... ¿acaso se puede repetir lo irrepetible?)

martes, 1 de julio de 2014

A PROPÓSITO DE ARQUITECTURA. IV: LA BÓVEDA PLANA













Continuamente se está aprendiendo. La avidez de saber del ser humano es tan desmesurada que éste no se da tregua en la adquisición de conocimientos; la misma generosa actitud que debiera mostrar --una vez adquiridos-- en enseñarlos a cuantos alcance su magisterio... y como cada vez lo tenemos más fácil --ventaja propiciada por otros semejantes, forjadores de nuevos logros tecnológicos en el mundo de la información y de la comunicación, que con su legado técnico nos permiten acceder en el instante al inconmensurable acervo intelectual que es patrimonio de la humanidad--, cada vez con más razones debemos de ser conscientes de la justa transmisión de ese saber, que en ventaja hemos recibido; sin precios, sin contraprestaciones; regalándolo. Es lo que modestamente me guía con las entradas del blog.
Siempre he estado eternamente agradecido a los buenos maestros, aunque no hayamos coincidido en el tiempo. Uno de ellos es el arquitecto del Renacimiento español, Juan de Herrera.










Grandes maestros: En busca de la bóveda plana


Aquel año, como algunas otras veces, elegimos --mi mujer Teresa y yo-- como lugar de retiro y descanso por nuestro aniversario de boda la cercana e imperial ciudad de San Lorenzo el Real de El Escorial. En anteriores ocasiones sólo nos apetecía disfrutar de las instalaciones y servicios del hotel; días sólo para el descanso, obviando el grandioso monumento del Monasterio y otros edificios y lugares históricos. Nuestro reloj vital, entonces, necesitaba una pausa por unos días para volverlo a poner a punto a fin de que marcara puntualmente, sin retrasos, las siguientes horas de nuestra existencia en común: un gran proyecto de vida juntos que ya había alcanzado la madurez; la de aquella última visita: treinta y tres años juntos, y esta vez sí nos apetecía esa tan pospuesta visita cultural al magno edificio.

Hacía un mes que había sido intervenido quirúrgicamente, y durante la no muy larga convalecencia entretuve la tediosa ociosidad en ojear cierta documentación que desde hacía bastante tiempo poseía del citado Real Monasterio de El Escorial. La leía con ese menor interés de las cosas que ya conoces hasta recalar en una marginal anotación, casi una anécdota perdida en la magnífica retórica con la que el autor se explayaba y recreaba hablando del patio de los Reyes y de la Basílica: "El Sotacoro es la parte baja del Coro, de ahí su nombre, y cuenta con una bóveda tan amplia que da la sensación de ser plana..." Intenté buscar alguna imagen que me ilustrara tamaño nuevo concepto, sin éxito y ahí quedó --en la extrañeza de lo que uno ignora o de lo que crees que otros ignoran-- aquel dato; guardado ahora en la mente como algo extravagante que conviniera reseñar el autor; o simplemente, quizás, un desliz de éste.

La tarde de nuestra llegada la entretuvimos paseando por los alrededores del Monasterio: las fundaciones de los jardines reales, los edificios de sillares de granito (antiguos palacetes donde vivían los nobles que acompañaban a los reyes y otros edificios más modestos donde residía el personal que auxiliaban en su día al complejo palaciego)hasta recalar en la magnífica lonja que da prestancia, valorándola aún más, a la entrada principal del Monasterio en cuya portada Juan de Herrera dispuso en su planta baja de un orden gigante toscano que se despliega en anchura por la fachada; orden que se repite en altura a la entrada de la Basílica, frente al cual me hallo en la fotografía (no sé porqué esa especial querencia de fotografiarme, siempre que tengo ocasión, junto a los órdenes gigantes, quizás para dar una medida visual del mismo). Lo que pasó aquella tarde y al día siguiente fue la continuación de una anterior visita --cuando aún era adolescente, cuarenta años antes-- en la que aún pesaba en mi ánimo cierta pesadumbre. Ahora al contrario había cumplido el sueño: me había convertido en mi propio guía del monumento.

Lejos de las anécdotas cortesanas de los reyes y reinas que habitaron la zona de palacio --resaltados por la experta guía al grupo de visitantes entre los que nos hallábamos mi mujer Teresa y yo-- lo que buscaba en las piedras de tan egregio edificio era aproximarme a su génesis, difícil empeño por el entrelazamiento de conceptos y funciones que encierra; y a su misteriosa simbología a través de los mensajes que insinúa de forma velada, en clave de números invisibles, como lo era la repetición de ciertos guarismos y las de las formas geométricas que mostraba: profusión de cuadrados y, sobre todo, rectángulos áureos en la organización de su planta y en la composición de las fachadas; una de ellas, la principal, la pude estudiar visualmente la tarde anterior a la visita, sentado largo tiempo junto a mi mujer --quedamente-- en uno de los bancos de piedra que se ubican en la Lonja, enfrente de la puerta principal, descubriendo mentalmente en la formación de las siete figuras áureas toda la modulación del edificio; quedando por descubrir, al día siguiente en la visita, la materialización de esos números mediante la técnica constructiva, que me revelaría incluso algunas singularidades inadvertidas al ojo profano.

Lonja abierta del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. Lugar ideal desde el que contemplar su fachada principal, la que se adivina inscrita en "siete" rectángulos áureos

El hallazgo de una de ellas tuvo un curioso origen: No nos resultó fácil dar con el pequeño hotelito, antigua vivienda unifamiliar en pleno corazón de San Lorenzo del Escorial. Celebrábamos nuestro trigésimo tercer aniversario de boda, como he apuntado, y queríamos un lugar tranquilo para tan feliz acontecimiento: El recatado y coqueto edificio tenía el encanto de esas villas que se hacía construir la burguesía de principios del siglo pasado en los centos urbanos de estos singulares lugares de descanso. Una sólida casa de piedra con grandes sillares regulares de granito en la que destacaba, señalizando la esquina que daba a dos calles, un mirador circular de hierro y vidrio rematado en cupulilla piramidal que sobrevolaba un recóndito jardín con cierto regusto romántico. El hotelito tenía muy pocas habitaciones, por lo que el exiguo grupo de hospedados recibíamos una agradable atención de sus regidores, muy lejos de la impersonal de esos otros hoteles que se publicitan con varias estrellas; especialmente de sus propietarios: ella desbordándose en amabilidad en los desayunos de bollería casera, mermeladas y compotas que preparaba personalmente y él disfrutando con la información que nos daba de todo lo referente al entorno natural y de los monumentos de la localidad. Éste se ofreció a contarnos y darnos altruistamente todas las explicaciones sobre los conocimientos que había adquirido en su interés por el lugar a lo largo de años --según nos relató--, incluyendo las del senderismo por los parajes entorno al monumento, hasta el altozano desde el que el rey Felipe II seguía la evolución de la marcha de las obras; un lugar pintoresco de la sierra --pinar de Abantos-- bastante alejado del hotelito y cuya excursión desistí en mi condición de convaleciente de la reciente operación quirúrgica. Como apreciara mi interés por visitar el Monasterio la conversación derivó hacia el monumento del que mostraba bastantes conocimientos constructivos en los que pude estar de acuerdo hasta llegar a la "bóveda plana" --según la enunciaba el dueño del hotelito-- que cubre el Sotacoro de la Iglesia, cuya planeidad defendía a ultranza, frente a mi argumento, como experto, de que la generatriz de una bóveda es siempre un arco.

Recordé entonces la reseña escondida en el texto del libreto sobre el Monasterio que había estado leyendo algunos días antes, interesándome sobremanera en ese instante aquel asunto de la "bóveda plana", a la vista de que era una rareza del edificio, no oculta, conocida de otras gentes --como lo era aquel hombre-- interesadas por los detalles raros de construcción del magnífico complejo (colegio, monasterio y palacio real) y que abundan en tan pródiga fábrica de piedra; experiencia por mi parte de un providencial descubrimiento: Al día siguiente en la visita, mirando descaradamente hacia el techo del Sotacoro, a la entrada de la Iglesia --en tal intensidad que provocaba la curiosidad de todos los visitantes que miraban hacia arriba sin saber a qué-- yo buscaba la curvatura, aunque fuera levísima. Cuanto más miraba menos lo entendía: estaba tranquilamente debajo de una estructura que se suponía trabajaba como una bóveda curva y sin embargo visualmente era una enorme losa plana que no adivinaba como se mantenía en equilibrio; ¡que gran hallazgo! Buscando en la detenida observación alguna respuesta, convine en un rápido análisis --el que permite el tiempo de una visita turística-- que la solución estaba, seguramente, en el singular despiece de la piedra de granito y su disposición (ocho hiladas concéntricas alrededor de la clave, que desplazaban todo el peso del coro a los arcos laterales y a través de éstos a los cuatro anchos pilares de piedra)y en la gran resistencia del granito, trabajando todo el conjunto como una bóveda ligerísimamente curva --casi plana--... pero si aquello con el tiempo había devenido en una superficie perfectamente llana por cualquier circunstancia --descenso de la zona de la clave al entrar en carga en su día la estructura; bien por vibraciones de la sobrecarga de uso del coro, o tal vez...--, ¿había alguna señal que lo certificara?... ¡fantástico!, aquella circunstancia posible estaba reseñada en las ligeras fisuras de las juntas de la primera hilada de piedra concéntrica que rodeaba a la clave.





Bóveda plana del sotacoro en la entrada a la Iglesia-Basílica del Monasterio de San Lorenzo de El escorial. Un prodigio técnico de la estereotomía de la piedra debido al mismo Juan de Herrera

Después de aquella extraordinaria experiencia debida al ingenio de Juan de Herrera me he interesado en el estudio del comportamiento mecánico de las llamadas bóvedas planas; toda una invención.

¡Gracias Maestro!

FranciscoMolinaGómez