jueves, 15 de mayo de 2014

UN CUADRO ESPECIAL PARA UNA EXPOSICIÓN EXTRAORDINARIA











La composición inicial del cuadro tenía un cierto aire picassiano, más acusado aún en la simplicidad de las figuras en donde al movimiento de los dos personajes de la derecha del cuadro se contrapone la actitud hierática de la figura de la izquierda, muy próxima a los objetos artísticos del arte africano, por los que suspiraba el propio Picasso.










Aunque a veces me importune el "guardarlo casi todo" por aquello de acabar padeciendo el conocido síndrome de Diógenes y que la cantidad de papel acumulado me impida entrar en mi propia casa, es gratificante con el tiempo descubrir, por efecto de esa peligrosa actitud, esos tesoros que son retazos irremplazables de momentos vividos; testimonios de toda una vida que se valoran con el paso del tiempo; incunables insustituibles que arman los recuerdos de nuestra existencia. Escarbar en las grandes carpetas olvidadas durante algún tiempo sin saber de antemano lo que me voy a encontrar es un placer el que nunca renuncio, y así rememorar de manera intermitente y con cierta melancolía el tiempo grafiado en los documentos hallados, con más acusado sentimiento si éstos recuerdan las vivencias de tus hijos, como los encontrados en aquella carpeta.

Un día abrí una carpeta que se amontonaba junto a otras en mi estudio, reconociendo en sus rígidas tapas azules el enorme cartapacio con el que mi hija Elena --con doce años-- acudía a las clases de dibujo y pintura de Telma --conocida pintora y vecina de la zona donde resido-- y en su interior, revolviendo las láminas de pintura, descubrí con satisfacción en algunas de ellas composiciones y colores muy sugerentes, y ¡sorpresa! la carpeta guardaba también las planchas originales de cuero repujado con los dibujos de las láminas impresos por la gubia en el vaciado del cuero; todo un descubrimiento para futuras impresiones.Las guardé de nuevo como se guarda un tesoro, junto a sus ilustraciones: algunas parecían inacabadas y ofrecían un gran potencial para posteriores composiciones; otras aparecían listas para su exhibición inmediata.

Una de las primeras en especial me llamó la atención: tres figuras con instrumentos musicales delineadas en dibujo de caligrafía a través simplemente de suaves líneas del mismo color de témpera azul ejercían su acción sobre un campo inacabado, pareciendo levitar en un sugerente fondo luminoso con textura en amarillo brillante en ausencia de planos opacos de color, de tal forma me entusiasmó que la dejé aparte para, con licencia de la autora, valorar, en actuación en la propia pintura, estas figuras que parecían muy apagadas, sin contraste con los fondos de la cartulina.

Ocasión que se presentó cuando mi hija Miriam requirió mi colaboración para una exposición de pintura de varios artistas a favor de Pili --su amiga que ya empieza, con ayuda de fisioterapeutas, a erguir su cuerpo-- a celebrar durante las fiestas de Navidad de dos mil trece, en la Casa de la Cultura de Majadahonda en Madrid. Aunque al principio pensé en cualquiera de mis numerosas obras figurativas que conservo, luego pensé: Qué mejor ocasión y que más acertado tema: el de la música, una de las pasiones de Pili (Historia de una superación publicada en el blog el 21.1.2014: "Las paralelas no siempre se cruzan en el infinito").


Lo primero era dar título a la temática ya impresa: "3múSIcos", rebuscando en éste el mismo asunto de la conocida obra picassiana --"Los Tres Músicos"--, aunque no tuviera, ni por asomo, siquiera la intención de su reinterpretación; sólo la finalidad simplemente de , apuntalándome en un lenguaje artístico conocido, indagar en un discurso en el que apoyar la obra creativa sin el cual ésta, cuando uno no es un artista consagrado, queda algo vana. Es una práctica constante en mi vida: cuando estoy algo o muy perdido indago en los grandes maestros, en los genios. Es un muy recomendable ejercicio.

Con esas premisas recuperé el tercer color primario que faltaba para, mediante un plano continuo de color rojo, poner en tierra a los personajes; plano girado hasta verlo de frente, como lo hacían los pintores cubistas, mostrándolo al espectador en su verdadera magnitud, en donde se han grafiado los detalles del propio suelo aprovechando el dibujo del repujado de las mismas planchas de cuero, con lo que las figuras recobraban definitivamente su insinuada autonomía en el espacio: la distancia de cada una respecto de las demás. Después, respetando el lenguaje caligráfico de los personajes y actuando sólo en los espacios en blanco valoré, a continuación, con los colores primarios los tres instrumentos musicales, contrastando el color de cada uno con el fondo en donde se ubicaban. Faltaba por último ambientar ese espacio luminoso de un sol radiante por donde se expandía la melodía salida de las entrañas de los instrumentos musicales, entendiendo que su tratamiento no debiera ser con dibujos ni planos de color sino estructuras caligráficas ya impresas simulando las barras de las notas musicales y las líneas de los pentagramas; y que mejor procedimiento que el que utilizaban los primeros cubistas --cubismo sintético--: el collage con hojas de periódico: la música partiendo de los instrumentos embelesa el oído al que envuelve esparciéndose en el aire a un lado y otro del cuadro. Para más detalle utilicé una hoja de un diario de tirada nacional con noticias del año mil novecientos sesenta y ocho; año en que estudiando historia del arte en sexto curso de bachiller descubrí a Picasso: toda una intención.


Composición definitiva del cuadro

Sólo a los efectos prácticos de poder hacer efectiva la venta del cuadro para tan noble fin, quedando validado por artista pintor, convine con mi hija el firmarlo en solitario aunque a mi firma he añadido un código (EM&FM19912013) que indica las iniciales de la autora de la génesis y las del autor de la conclusión de la obra, así como los años de su iniciación y el de su finalización. A cada cual lo suyo; a cada uno el momento creativo que le pertenece. Sólo quedaba la presentación de la pintura cara al público; fase de elección de enmarcado que, como artista total, considero importante. Entendí que su elección debía tener relación con la obra a exponer: para el marco y fondo elegí un futurista color metálico que valoraba aún más los colores, resaltando por contraste neutro el énfasis sólo en la pintura. Una sutil raya en el fondo gris plata, que recorre el lado corto de la derecha del enmarcado, sirve de línea de apoyo para la leyenda de la obra: título y código de autores. La obra quedaba lista para su exhibición y posible venta: ¡Ojalá sirva para ayudar a Pili!, deseé cuando la entregué.

Varios momentos de la inauguración de la exposición a donde habíamos acudido muchos autores de las obras; algunos pintores --Alberto Corazón, Martín Ballesteros, Carlos Morago...-- y escultores --Salvador Fernández, Encarnación Hernández...-- de reconocida trayectoria artística. En la última instantánea fotográfica mi hija Miriam junto a Pili; inseparables

A la inauguración de la exposición acudió Pili acompañada por sus padres y familiares, no siendo preciso animarla ya que se percibía en su cara la alegría de estar arropada por los suyos y por un montón de amigos que la querían, y que sabía no iban a cejar hasta conseguir que aquella sonrisa suya fuera una constante en su vida. El mes anterior --noviembre-- en Barcelona había retomado la rehabilitación que comenzara en Madrid a fin de familiarizarse con las primeras prótesis de las piernas; proceso duro pero al que fue adaptándose poco a poco aquellos días que estuvo convaleciente en la ciudad condal con buen resultado final de tal suerte que en un momento de la velada de la inauguración Pili se levantó de la silla de ruedas y empezó a caminar cogiendo en brazos, incluso, a su sobrina y ahijada; fueron unos instantes intensos de gran emoción para nosotros y para Pili, a la que aplaudimos y seguiremos aplaudiendo por su lucha constante y su férrea voluntad sin opción al desaliento: "Hay que tirar para adelante", dice ella misma.

Con mis amigos y colegas Alejandro --arriba-- y Fernando --abajo--; apasionados de la arquitectura y del arte en general, con sus hijitos posando frente al cuadro expuesto. Gracias por vuestra inmediata respuesta a la convocatoria de tan emotivo acto

Una vez más el arte al rescate de las personas. Otra vez la generosidad del mundo de la creación ayudando a paliar las trágicas circunstancias de la vida de la gente. Ojalá logremos vender todas las obras y conseguir que Pili haga una vida lo más normal posible. Debemos conseguirlo. Aprovecho este post en el blog para publicitar la página web donde se pueden adquirir las obras que debido al corto tiempo de la exposición --escasamente dos semanas-- no fue posible su venta, quedando permanentemente abierta una página virtual para entre todos hacer posible los sueños más inmediatos de Pili: www.todosconpilar.es (Exposición virtual).

Gracias.

Los artistas del cuadro. Con mi hija Elena allá por los tiempos de la creatividad, cuando se inició la composición de la obra. Cualquier experiencia sirve... todo es bagaje que vamos acumulando... mejorando...; gracias por ser una hija excepcional



FranciscoMolinaGómez







jueves, 1 de mayo de 2014

SOLO UN VIAJERO MAS

















De repente me apercibí que me hallaba perdido en no sé que sitio; en un raro lugar donde las gentes se cruzaban evitándose la mirada, como zombies, sin hablarse, caminando deprisa, sólo pendientes de ojear el reloj; todos con los mismos gestos; las mismas prisas, apurando el paso...; bulla de multitud transitando precipitadamente los largos túneles de deslumbrantes halógenos que iluminaban aquella apretujada masa de personas con actitudes graves, que no sonreían, que no gesticulaban, mirando sólo al frente mientras se transportaban en inacabables cintas mecánicas hasta abocar, al final arremolinados y agrupados como manchas sobre el suelo, frente a las pantallas digitales con las informaciones cambiando en los marcadores a una velocidad vertiginosa, mareante... después se precipitaban atropelladamente y a toda carrera hacia los puntos indicados: las salidas parapetadas tras un laberinto de carteles de avisos con flechas indicadoras en todas direcciones... y por fin, alcanzadas las puertas de salida: ¡horror! ningún rastro de ser humano... sólo máquinas que daban órdenes: "Introduzca su tarjeta de crédito... teclee su número personal... recoja su ticket... deposite su maleta en la cinta transportadora... diríjase al módulo T.4, nivel 2, puerta B.1...": entonces comprendí que había quedado irremisiblemente atrapado en un no-lugar.

Me quedé contemplando a aquellas gentes y advertí que el no-lugar no era sólo un espacio físico.












Ahora Matías visionaba la ciudad, que aún dormía a horas tan tempranas, en una ráfaga de imágenes difíciles de codificar en su mente y que se proyectaban rápidas a la escala de la velocidad tras los cristales de las ventanillas del coche que conducía Luis --su hijo mayor--, que ahora le transportaba al aeropuerto de la ciudad. Los modernos edificios que orillaban la gran avenida urbana y que se sucedían como inmensa vitrina de exposición de materiales --hormigón, aluminio, acero, vidrio...-- dispuestos de forma artificiosa en extrañas composiciones, a su entender ininteligibles, se constituían en inmenso cauce --como río caudaloso-- que a esas horas ya cubría, hasta saturarse, de un intenso tráfico de vehículos de motor. A intervalos, sin solución de continuidad, la amalgama de los fríos artefactos como gigantes desdibujados en la neblina gris de aquella mañana de otoño, daban paso, expiando su afrenta, a algún olvidado parque de recreo de los que sólo son visibles a los ojos de los visitantes, y que revelaba en el ánimo de Matías esa desolación que muestra la naturaleza cuando muda de piel, agravada en ese momento por la bruma de aquellas primeras horas del día.

Durante el trayecto, en ocasiones, padre e hijo se observaban en un reto de silencios que ninguno se atrevía a romper. Hacía ya muchos años que Luis se había trasladado de su pueblo natal a la capital del país en busca de "otras oportunidades", de las que ahora disfrutaba como director general de ventas de una conocida empresa que se publicitaba líder en la televisión, y que al cabo del tiempo le había impreso en el carácter, a su pesar, de cierta pátina de deshumanización en sus relaciones personales y familiares y, en consecuencia, de una prolongada incomunicación con su progenitor. La distancia hizo el resto. En este instante de sus vidas las miradas sustituían a las palabras y las reflexiones calladas ocupaban el espacio de los silencios. Para Matías el cercano momento del reencuentro con la vieja casa de piedra; con los objetos y ambientes que hasta hacía poco tiempo había compartido con su mujer; el del momento de la ansiada primera visita al cementerio después del óbito de María hacía tan sólo un mes, le perturbaba en sus pensamientos, a la vez que le reconfortaba. Después del funeral a la memoria de la madre en la antigua iglesia mudéjar del pueblo --recinto sacro tan íntimamente ligado a las vidas de los padres y de sus tres hijos, los que habían acudido a tiempo a la llamada del padre para despedirse de la madre aún en vida-- el cónclave de hermanos, ante la situación de desánimo de Matías, acordaron la conveniencia en un primer momento de que Luis, el más acomodado económicamente de ellos, acogiera en su casa,y durante una temporada, al desamparado padre, ya que cada uno residía muy lejos del otro en ciudades distintas.

¡Cómo iba a ser posible vivir sin María de la que nunca se había separado?, cavilaba ahora Matías sin obtener respuesta en uno de esos silencios, súbitamente roto por su hijo, justo cuando tomaba el desvío hacia el aeropuerto por la recién inaugurada carretera de circunvalación --sólo unos días antes lo habían dado por televisión: el ministro del ramo se fotografiaba sonriente, entre bellas azafatas, cortando la cinta inaugural--.
- Papá, recuerda que cuando aterrice tu avión te estará esperando en el parking del aeropuerto con su taxi Isidro el de la Celsa, el que te llevará hasta la Casa --acepción familiar, ésta última, del hogar común donde, hasta no hacía mucho tiempo, habían convivido juntas hasta tres generaciones-- y no olvides llamarme cuando llegues --el padre asintió con la cabeza-- ¡Ah!, el pago del viaje hasta el pueblo ya lo he arreglado con Isidro, tú no tienes que preocuparte de nada.
- ¡Vale!

Arrellanado en el asiento de piel; extra de serie que solo unos días antes le glosara su hijo de aquel último modelo de coche de gama alta adquirido recientemente y no asequible económicamente --según vanagloria del retoño mayor-- para el común de los mortales, Matías se abandonó a su cavilaciones, a sus preocupaciones, inmerso en un viaje por intrincada red de carreteras, profusamente señalizadas por doquier con enormes carteles sobre cuyo fondo oscuro destacaban en claro leyendas y anagramas en un lenguaje abstracto que no lograba descifrar pero que, a buen seguro --pensaba-- eran la clave para poder salir de aquel enmarañado laberinto que, como enorme jeroglífico de asfalto, ocupaba el espacio natural negando el paisaje, recreando en su lugar un artificio que no reconocía, que rechazaba, y en el que se sintió momentáneamente perdido; soledad que alivió cuando divisó en la lejanía el edificio del aeropuerto, el que en la neblina de la mañana no desplegaba todo el esplendor de su silueta postmoderna de acero y cristal.

Entraron a un resplandeciente y amplio vestíbulo intensamente iluminado, con acabados en materiales de última generación: titanios, aluminios, aceros pulidos... que brillaban metálicos al reflejo de los potentes focos de luz. Unas enormes estructuras metálicas vistas cubrían en gran altura el vasto espacio, el que en su desmesurada proporción hacía empequeñecer, aún más de lo que ya se sentía, a Matías impresionado por tal exceso, casi asustado; y de las que colgaban --como artefactos agresivos, temiendo Matías que se les pudiera caer encima-- conductos de gran diámetro que climatizaban el ambiente y otras estructuras auxiliares a las que se habían fijado, suspendido de ellas, todo un universo tecnológico de información; los códigos de funcionamiento de aquel complejo y moderno aeropuerto: carteles, pantallas digitales, anuncios, megafonía, cámaras de vigilancia, publicidad comercial... se desplegaban por doquier ocupando ese espacio medio desde el que el gran ordenador central se dirigía --como gran hermano-- a la aglomeración de personas, reconduciéndolas, encauzándolas ... desde la sombra... sin ser visto... sólo una impostada voz de megafonía: "Señoras y señores pasajeros les recomendamos no pierdan de vista en ningún momento sus equipajes y efectos personales"... "Señoras y señores pasajeros consulten periódicamente las pantallas digitales para estar puntualmente informados de sus vuelos"... "Señoras y señores pasajeros permanezcan muy atentos a los mensajes por megafonía"... "Salida del vuelo Iberio 424 con destino a Zaragoza; pasajeros diríjanse a la terminal auxiliar T.4-A. Tengan preparadas sus tarjetas de embarque y sus documentos de identidad".

- Papá, esa es la tuya, ¡venga! --Matías se dejaba llevar por su hijo, que casi lo arrastraba, y por otro misterioso pasajero de la misma edad que Luis con el que éste se había encontrado y saludado en el vestíbulo, encadenando desde entonces ambos, en la espera y una tras otra, aburridas charlas de empresa que por su prioridad y efusividad parecían vitales para Luis, sobre esos asuntos de negocios con muchos números, cifras, datos de marketing, estadísticas, gráficos, esquemas, inventarios, albaranes...--auxiliándose el hijo para ello de la última novedad tecnológica de comunicación que para uso personal la había proporcionado la propia empresa-- y no se cuántas martingalas más que a Matías casi le producían dolor de cabeza.
- Tenemos que ser aún más competitivos --le reconvenía Luis al pasajero misterioso, que sólo se había dirigido a Matías para saludarle en la presentación y que no era otro que un subordinado de su hijo, el que deseando que alguien acompañara a su padre durante el viaje --Luis no podía pues estaba "desbordado de trabajo"-- había justificado en el interés de la empresa la urgente visita del empleado a la capital maña, aprovechando entonces para mandar un mensaje envenenado al delegado-jefe de aquella oficina provincial.
- Dile a Carlos que los de arriba están muy descontentos por el descenso de ventas en la zona y que... lo siento; peligra su cabeza... ¡Ah! y a José Roig el de la sucursal de Delicias que espabila o me veré en la tesitura de no renovarle el contrato --amonestaciones que Matías oía sin quererlo, sólo por la circunstancia de estar allí, invisible a los ojos de los otros que no le prestaban la mínima atención; sin entender aquella extraña situación: la inútil pérdida de tiempo. Qué mejor ocasión antes de que partiera de viaje para construir puentes y estrechar lazos entre ambos aprovechando aquel corto tiempo de convivencia... oportunidad para hablar entre ellos de esos días, de sus nietos, de cómo el padre pensaba reorientar su vida, de los recuerdos de la madre y ¿?porqué no? de cuando era pequeño...; ocasión definitivamente perdida cuando sonó el teléfono móvil de Luis.
- Papá; es mi jefe; te tengo que dejar --encomendándole a continuación al subordinado, al que se dirigió como superior jerárquico en la empresa, evitando familiaridades--: ¡Eh!, Escobedo te hago responsable... cuídamelo hasta que esté metido en el taxi --mientras se despedía del padre.

Y allí empezó el vértigo: la fila interminable de personas para pasar por el control de seguridad, unas literalmente pegadas a otras pero sin hablarse entre ellas, atareadas en hablar a gritos por los teléfonos móviles; uno de ellos sin discreción alguna --como si estuviera sólo-- y sin excusar la molestia de la clavazón del rígido maletín negro sobre el costado de Matías, al que, además,impedía proferir ni un mínimo paso la maleta rodante desplegada en el suelo del acompañante de aquél, mientras el subordinado de su hijo, obviándolo, no cesaba también de hablar por su teléfono móvil, imitando como un clon al resto de personas, vestidas de la misma forma, que se movían con los mismos gestos, que gesticulaban con las mismas posturas al hablar por el pequeño artefacto, con el mismo tono alto en la voz, como si necesitaran imperiosamente que los demás escucharan sus historietas.

La odisea prosiguió en el largo recorrido por prolongados pasillos y desangelados vestíbulos a donde se llegaba en un inacabable itinerario de sucesión de cintas y escaleras mecánicas con la sensación en el ánimo de Matías de estar inmerso en el interior de una programada máquina que les teledirigía a través de aquel universo de carteles, encajonados por el vidrio, en esa imagen higt tech de espacios acristalados que permitían ver la amplitud de los ámbitos aunque les impedía moverse a su antojo; como una trampa mortal de la que no lograba salir ahora una pareja algo mayor de edad que habiéndose equivocado de ruta daban vueltas y vueltas alrededor del mismo sitio y que al paso de Matías y su acompañante golpeaban el cristal desde el otro lado pidiendo auxilio con las caras angustiadas por la encerrona; recurriendo Matías al subordinado de su hijo.
- Indíqueles a esos señores la salida, aunque sólo sea por señas... parecen que han quedado atrapados --obteniendo una evasiva por toda respuesta de éste.
- ¡No hay tiempo!, vamos a perder el tren lanzadera --alejándose rápidamente del lugar y obligando a forzar la marcha a Matías que de manera intermitente volvía la cabeza hacia aquellas caras desencajadas... y que, ahora, al cabo de la carrera por el largo y último pasillo no concebía --una vez en el interior de la máquina rodante-- como un tren sin conductor le podía llevar hasta su puerta de embarque... demasiadas cosas para procesar en su mente en las primeras horas de una mañana.

Ya en el asiento del avión Matías aparcó los forzados razonamientos y cerró los ojos, los que prácticamente no abrió hasta que avistó el pueblo en la lejanía desde el taxi de Isidro. Entonces encontró sentido a las cosas... desde el asiento del vehículo se regocijaba en el sosiego del reconocimiento de aquellos caminos a la entrada del pueblo donde le dijo a Isidro que le dejara para ir caminando hasta su casa; disfrutando en el paisaje abierto con la familiaridad de sus campos, alegrándose de la comparación que su mente hacía en una rápida reflexión: ¡Qué diferentes a aquellos otros!

La mañana ya había clareado dejando ver nítida la silueta de los serrallos rocosos al fondo en el horizonte, el que ahora abarcaba Matías expandiendo su mirada al extenso panorama, sorprendiéndole como si lo viera por primera vez y alegrándose enormemente de estar allí. Se bajó al borde de la carretera por el camino de tierra que le recondujo hasta las remansadas pozas de agua del río y por un instante se oyó a sí mismo en el eco de las voces cuando de niño iba allí con los otros chicos a bañarse en verano; emocionándose por aquellos registros en la mente que eran huellas de su niñez. Se paró un rato, como no lo había hecho desde hacía mucho tiempo, a contemplar la belleza atemporal de los muros de piedra que configuraban los sinuosos caminos de los huertos que ahora transitaba muy despacio, descubriendo a la luz de los incipientes rayos de sol --sorprendido como si aquella visión fuera nueva para él-- los matices distintos de color de las hojas que ya empezaban a caerse de las ramas de los árboles de la huerta de José y se acordó --no exento de cierta melancolía-- que ya quedaban muy pocos de los de su quinta, con los que había crecido y jugado en las calles y placetas del pueblo: ¡Cuántas vivencias y que corto el espacio donde se almacenan!... o es que tal vez exista otro sitio desconocido donde la memoria aparca aquellas vivencias que, por razones que ignoramos, decide que olvidemos... ¡cuál es el orden de prioridad y qué razones rigen en la mente para fijar los recuerdos?... es un misterio.

En estas cavilaciones andaba Matías cuando... ¡Ah!... no los veía pero los oía; sintiendo con inusitado placer --como reciente, olvidando el goce de tantos años-- el trino de los pájaros, cuyos nidos empezaban ya a abandonar en el principio de los fríos, mientras atravesaba el bosque de altos y espesos pinares muy cerca del pueblo... su pueblo... con el que se reconciliaría de por vida tras su forzada huída: ¡Ya no lo abandonaría más! Al salir del bosque reconoció el camino que tantas veces transitara con María en busca de plantas aromáticas... y saturó su olfato, una vez más, del olor de las flores del espliego y la lavanda...; y por fin: su casa. Matías pasó por delante de su viejo portón de madera --donde Isidro había dejado su maleta-- sin detenerse, atravesando la calle principal que bordeaban viejas casas de piedra y tapial... entre el saludo de sus paisanos con sus inevitables preguntas: ¿Qué tal Luisito?... ¿cuántos nietos tienes ya?... a los que amablemente fue contestando con esa familiaridad que da el conocerse de toda la vida... y los que rieron escandalosamente en la respuesta cuándo le preguntaron por la capital: Sinceramente me ha parecido una casa de locos.

A la salida del pueblo siguió por la vereda que cruzaba la finca de Indalecio sorprendiéndole esta vez --de tantas otras que la había transitado casi sin fijarse-- el muro de piedra medio derruido que marcaba el límite del predio. Se paró a observar aquellas piedras que habían perdido su color ocre original bajo una pátina de grisáceos colores con la que el tiempo y la climatología las había impreso, adivinando en su color más claro la orientación al sol de la piedra y en el verde parduzco del musgo la disposición de su frente en zonas de umbría... era extraordinario --pensaba Matías-- como aquel elemento inanimado hablaba del tiempo... Pasó por delante de la casa de Indalecio y se encaminó hacia el cementerio.


Iba feliz encontrándose seguro en la custodia de la legión de alargados cipreses, como inhiestos centinelas, que les llevaba a las puertas de la nueva morada de su esposa con la que tuvo una larga conversación. Le habló de Luis; de aquel lugar en donde vivía su hijo y que parecía un manicomio; de sus nietos... y de la conversación que le hubiera gustado tener con su hijo. Después hablaron de ellos... de ese nuevo tiempo tras la forzada separación donde Matías a la vez que preguntaba se contestaba a sí mismo como si lo hiciera María... hablaba como si lo hubieran hecho el día de antes.
- Bueno mujer, estoy muy cansado... mañana que ya estaré más descansado vendré un ratico más a seguir charlando.

Y se marchó a su casa de siempre canturreando por lo bajo una de aquellas canciones de siempre; pisando seguro la misma tierra de siempre; sintiendo una gran confianza en sí mismo en correspondencia con la de aquel familiar paisaje.


FranciscoMolinaGómez
(Escrito en marzo de 2009 para presentarlo a II Concurso de Relato Breve. Sin noticias del jurado ni de sus capacidades literarias desistí presentarlo. Ahora con un jurado más amplio y, seguramente, más equitativo en calidad y cantidad --todos los lectores-- sí he deseado publicarlo. Gracias)