miércoles, 23 de octubre de 2013

EL VACÍO ESTABA HÚMEDO Y FRÍO
















La lacra de la violencia de género se extiende como una mancha negra por todo el país..., ¿hasta dónde?..., ¿hasta cuándo?






Caminaba con temor como si la "pesadilla", de la que había intentado desasirse desde hacía mucho tiempo, le acechara en cualquier esquina dispuesta a abalanzarse sobre ella sin piedad queriendo apoderarse, también, de su última voluntad; con la fiereza del animal posesivo, del macho que combate con la fuerza su complejo de inferioridad, engreído en su autoestima de dominante, sin intención de perder la pieza de la caza que veinte años antes había emprendido, en cuyo malsano juego había caído inocentemente ella: "O eres para mí o no eres para nadie".

Mientras andaba cautelosa de la amenaza por las calles próximas al paseo marítimo, rebobinaba en su mente los últimos meses, cuando tuvo que marchar precipitadamente de la casa, dejando con la "pesadilla" lo que más quería: sus hijos, y el recuerdo le desgarraba el corazón y las entrañas, y de los ojos muy enrojecidos brotaron invisibles las últimas lágrimas secas. Sin hijos, sin casa, sin lágrimas se sentía inmensamente sola y al final del paseo atravesó el espigón de dura piedra que se clavaba en el mar, como ánima dócil que va al sacrificio. Sin tiempo para ordenar los recuerdos se aturullaban en su mente, mezclando en el magma de las vivencias de tantos años los primeros días felices, muy escasos, y toda una vida de congoja y desazón que aún perduraba en su ánimo.

Volvió para atrás rápidamente la cabeza antes de enfilar el embarcadero de tablas de madera cuyo final se perdía en la bruma matinal, muy densa a horas tan tempranas, de un color gris que hacía invisible la línea del horizonte confundiendo cielo y mar. Comprobó que no la seguían y suspiró profundamente. Ningún alma en el lugar excepto la suya aunque ella ni la reconociera en aquella última obsesión.

En el silencio del crepúsculo matutino, sobre el fondo muy apagado de los sonidos atávicos del nacimiento del nuevo día, oía muy perceptibles sus pisadas sobre la madera y cada paso desdibujaba un año de su vida: con cada crujido de la madera se iban borrando, a su pesar, los acontecimientos de su existencia de la que aquel preciso día cumplía cuarenta años; pocos para un cuerpo ya consumido en vida.

A la décima pisada la tabla suelta sonó fuerte cediendo levemente al peso de un cuerpo aún hermoso en su delgadez, vibrando todo él en el recuerdo de la imagen de su madre, cuando la besó por última vez antes de huir por las mismas razones por las que ahora ella quería escapar de la vida. Durante el resto de sus días había intentado que no se le borraran los rasgos de aquella cara, su piel suave al contacto con la suya, sus alargados dedos acariciándole el pelo, sus invisibles lágrimas secas, como las suyas de ahora, que le habían marcado dos profundos surcos en los pálidos pómulos, su esperanzada sonrisa que le prestaba un gesto brillante a su mirada..., pero ahora se debatía profundamente en el dolor a perder aquella visión que se borraba inevitablemente en el recuerdo... y su voz susurrante y sus caricias se esfumaron por segundos sin poderlo evitar... ¡qué gran dolor!

A mitad de recorrido por las tablas del embarcadero ya se le había borrado media vida: su infancia, a ratos los únicos momentos felices; el final de su corta adolescencia porque ya esgrimía una adelantada madurez cuando con veinte años le conoció y se volvió loca de ilusión, en los días, entonces, que no tenían suficientes horas para pensar en él; en los tiempos del galanteo del cazador que se pavoneaba ante una presa fácil, dócil, que se le entregaba, y aquella primera muestra de amor propició la alegría del nacimiento de su primer hijo. Después una boda precipitada, su segundo hijo y el infierno que le había dejado sus marcas de fuego en el cuerpo; señales que iban desapareciendo en la medida que se acercaba al final del embarcadero, a cada leve crujido de las tablas.

Los últimos metros hasta el filo de la madera se le hicieron insoportables en el recuerdo de sus hijos, aquellos últimos besos a escondidas, las últimas caricias calladas ante las miradas sorprendidas de los adolescentes que no entendían del todo aquella actitud de la madre, el silencio insoportable de quién no puede decir y de quienes no quieren preguntar adivinando lo peor, en un diálogo sólo de lágrimas que ahora ella intentaba enjugarlas de sus caras de las que comprobaba con pavor que empezaban a borrarse, primero las miradas, después las sonrisas... hasta desaparecer del todo... ¡¡qué intenso dolor!!

Ahora ya sin hijos, sin casa, sin lágrimas, sin recuerdos... al borde del embarcadero, pisando la última tabla, se preguntaba qué hacía allí... miró hacia atrás y comprobó que todo seguía aún latente como si no hubiera solución a sus desvelos... luego se abrochó el escote del vestido que dejaba ver el inicio de unos proporcionados pechos, se mesó los cabellos rojizos que le colgaban hasta el inicio del cuello, se arregló el resto del vestido, se ajustó correctamente los zapatos, asió con seguridad el bolso... y se quedó escudriñando quedamente unos segundos lo que tenía delante intentando descubrir algún rayo de esperanza, pero delante no había nada, todo era una amalgama plomiza que impedía la visión de la luz, una mancha grisácea que poco a poco iba expandiéndose, cubriendo de desesperación todo aquel ámbito, al que sólo ponían ahora sonido el insistente graznido de las gaviotas, como presagio agorero antes de lanzarse al vacío, a la inmensidad del agua que no veía pero que presentía a sus pies y al poco comprobó que el vacío estaba húmedo y frío y se sumergió en aquella humedad que la fue envolviendo conforme descendía rápidamente, aprisionándola, ahogándola, asfixiándola, deseando en un último instante de consciencia habitar eternamente las oscuras profundidades. Vano deseo pues la líquida humedad que la envolvía la fue devolviendo después lentamente a la superficie del mundo que, desde hacía algún tiempo, ya no deseaba.

Sobre el embarcadero vacío sobrevolaban ahora, hoscos y muy ruidosos, los agudos ecos del graznido de las gaviotas.


FranciscoMolinaGómez







viernes, 18 de octubre de 2013

DESCUBRIENDO EL GENIO DEL LUGAR






El genio del lugar (el genius loci de los clásicos), es un antiguo concepto romano: "Cada ser independiente tiene su Genius, su espíritu guardián", que guarda relación con el Daimon griego: "Es de una gran importancia existencial tener buenos términos con el genio de la localidad donde la vida tiene lugar"; aunque para el hombre urbano moderno: "La familiaridad con el medio natural se reduce a relaciones fragmentarias que lo llevan a tener más una identificación con las cosas artificiales hechas por el hombre como son las calles y las casas".






En mis largas caminatas las tardes de los viernes recorriendo Madrid, procuro aprehender ciertos fenómernos visuales que pródigamente me muestra esta gran urbe. Compruebo con bastante frecuencia la disociación entre los numerosos monumentos y estatuaria con el entorno en el que se hallan extrañamente ubicados. Esto no sucede en la plaza de España; aquí la conjunción monumento-edificio de fondo es fuertemente atrayente: diría que en su trazado y configuración hay por su creador intención de provocar misterio, no en vano ha organizado un recogido ámbito urbano de descanso y disfrute de la naturaleza apoyado en un marcado eje este-oeste que pasa por el centro del edificio "España" y atravesando el centro de gravedad del monumento a la gloria inmortal de Cervantes se pierde en el límpido cielo del parque del Oeste, y, por extensión, en el ecosistema de la Casa de Campo.

Situándose en este eje (baldosa trece desde el bordillo del estanque donde se reflejan las figuras ecuestres de don Quijote y Sancho Panza) por delante del monumento, mirando hacia el inicio de la Gran Vía, se obtiene una perspectiva visual extraordinariamente sugestiva: el edificio de fondo se va desmaterializando conforme asciende en altura hasta comprimirse en un cubo que lo resume y que hace de torreón. Al mismo tiempo el monumento, más ancho en el basamento con las figuras de los personajes de las novelas de Cervantes, va perdiendo masa estrechándose en un obelisco que sostiene en su cima la esfera del mundo.

En esta privilegiada situación, cuando la esfera queda inscrita en el cubo; edificio y monumento se funden en un solo todo: no se sabe bien si el cubo pertenece al monumento, o la esfera al edificio. Cuadrado y círculo, símbolos del poder real. Si a esto añadimos las dos líneas inclinadas que sugiere la forma escalonada del edificio obtendremos la tercera figura geométrica pura que circunscribe a las otras dos en el mismo punto de visión: el triángulo, símbolo del poder divino.

Estamos sin lugar a dudas en un punto mágico de la ciudad; de ahí que el mismo ávidamente buscado por visitantes, sea después prolongadamente celebrado por ellos en dilatadas sesiones fotográficas intentando captar en imagen el espíritu del genio del lugar. Misión imposible, éste sólo es captado por el ojo humano. Hay que ir allí. Si además la visita es en compañía de alguno de tus seres queridos y otros también muy queridos de la nueva familia, el momento deviene de mágico a sublime: ¡Hola! Rosi, Teresa, Salvador, Diana y Miriam. Gracias por una jornada inolvidable.

A ellos y a todos: ¡¡Disfrutad de las imágenes!!


viernes, 11 de octubre de 2013

A PROPÓSITO DE ARQUITECTURA. I: LA CUEVA



Desde muy pequeño me ha impactado la visión del muro continuo de piedra articulando el paisaje como artificio del hombre para ocupar el territorio; al principio marcándolo y después habitando dentro de la marca, ponderándola de significados: borde, límite, frontera... instituyendo la dialéctica --filosófica-- de lo de dentro y de lo de fuera...; siempre me ha emocionado esa imagen de arquitectura primaria





El mito de la cueva
(...en el principio se hizo el muro)



Fue un flash de imagen fugaz al levantar el visillo de la ventana de mi dormitorio, como la que captura el objetivo de una cámara fotográfica al abrir y cerrar en fracciones de segundo su diafragma: en el suelo de césped del jardín común --donde juega la chavalería-- de la urbanización donde resido había implantada novedosamente una de esas arquitecturas primarias que desde hace tiempo persigo encontrar. No me lo podía creer, allí cerca de mi casa, en el propio jardín y realizado por varias manos infantiles lucía brillante una circunferencia de cantos rodados de piedra blanca. Saludé el descubrimiento con efusiva alegría e indisimulado deseo más intencional que real: ¡Qué maravilla!, ojalá que no se desmonte nunca y permanezca la marca de por vida para poder visualizarla cada día desde mi ventana.

Me acerqué y celebré su redondez casi perfecta, increíblemente trazada por colonizadores tan jóvenes que habían colocado la sucesión de piedras elaboradamente juntas, cada una unida a la siguiente sin dejar un resquicio entre ellas, como perfecto cerramiento que quisiera aislar afinadamente el interior del resto del entorno; y no bastándole tamaño logro fundacional rellenaron el espacio cerrado de pequeñas hojas del mismo árbol que orillaba el círculo, señalizando definitivamente dos zonas distintas sin posibilidad de equívocos: adentro-afuera. Qué gran logro: con una sorprendente seguridad, muy propia de la ingenuidad infantil, y sin más protocolos aquellos fundadores habían transcendido del significado "borde" al de "habitar"; sin preámbulos, de manera sencilla; ¡qué envidiada simplicidad! Había en aquella visión más arquitectura que en mucho de lo conocido.

Bueno a decir verdad algo había contribuido yo al invento, aunque fuera solo colateralmente aportando el material básico, cuando contra la opinión de algunos de mis convecinos me empeñé en que la zanja del drenaje del agua de lluvia y de riego del jardín general quedara rematada --funcional y estéticamente-- por un reguero de cantos rodados blancos de agradable visión en contraste con el verde del césped. Una potencial cantera para la imaginación de los más pequeños que pudiendo optar en construir más fácilmente el espacio fabulado para sus juegos cerca de donde se prodigaba la piedra, en la parte más baja del jardín; ¡sorpresa!: se establecieron trasladando el material necesario a la parte más alta, desde donde se visualiza óptimamente todo el espacio verde, a resguardo de las inundaciones y a cobijo en las generosas sombras de los árboles. Era como si conocieran la historia de las grandes fundaciones de la arquitectura... aseveración que negaba su corta edad... no tanto esa otra de que todos llevamos ancestralmente, desde siempre, un eficaz colonizador dentro.

El hecho se pierde muy atrás en la noche de los tiempos cuando nuestros ancestros abandonaron con cierto temor el resguardo de las cuevas a favor de las posibilidades de subsistencia que le ofrecían los extensos territorios abiertos e "inseguros" visualizados desde la penumbra de las concavidades que de forma natural habitaban. Se arriesgaron a salir para seguir avanzando. Entonces crearon los primeros poblados en habitáculos de planta redonda, dispuestos en gran círculo para protección de sus moradores y optimización --con aquellas disposiciones geométricas-- de estructuras y materiales; lo mismo que habían hecho los chavales de mi urbanización: ¿respuesta del inconsciente colectivo a lo largo de la historia de la humanidad? ¿Puede ser que lo que empezó siendo intuición e instinto natural para sobrevivir acabara grabado en el inconsciente y transmitido de generación en generación desde aquellos primeros moradores hasta llegar a los hijos de mis vecinos? Desde niños tenemos imágenes en nuestra mente que han estado siempre ahí, sin que realmente sepamos de donde vienen.

El aumento de las poblaciones primitivas que requerían otras formas de organización para sobrevivir --de cazadores nómadas que se refugiaban a cubierto en el interior de las rocas a poblaciones sedentarias a cielo abierto que cultivaban la tierra para obtener los alimentos-- llevó aparejado el hecho transcendental para aquellas gentes de necesitar construirse "su propia cueva" con los materiales del lugar, en estructuras de formas abovedadas que eran las que habían comprobado que funcionaban, como esos espacios vivideros naturales de las cavernas. Estas disposiciones se han encontrado no sólo en las excavaciones arqueológicas de los poblados antiguos, sino que han seguido vigentes hasta pleno siglo veinte de nuestra era: chozos, cucos, cubillos, bombos... son algunos de los exponentes de la arquitectura rural que hasta hace muy poco se prodigaba dispersa por los campos de España, en su mayoría de planta circular y cerramiento abovedado de cubiertas cupuladas, algunas achatadas y otras cónicas (lo más parecido al interior de una cueva)... el siguiente paso de la chiquillería de mi urbanización si se hubiesen encontrado en la misma situación de necesidad de cubrirse, en la misma tesitura de aquellas gentes primigenias de ampararse del medio; trance que abocó al inicio de una de las formas sublimes de creación del ser humano: la arquitectura. Gracias chavales por hacerme evocar ese sentimiento poético del espacio que lo tenía un poco dormido.

Unos días después del descubrimiento he vuelto a alzar el visillo de mi ventana con la ilusión contenida en la confianza de que aún persistiera la marca de piedras blancas; no ha podido ser, alguien la ha hecho desaparecer.

FranciscoMolinaGómez

sábado, 5 de octubre de 2013

HAY UNA COSA QUE OS QUEREMOS DECIR:¡GRACIAS DE CORAZÓN!

"De bien nacidos, es ser agradecidos", dice el refrán y últimamente tenemos --mi mujer y yo-- cuantiosas razones para agradecer a mucha gente la felicidad que ahora nos embarga por el regalo que nos ha hecho la vida: una extensa familia hallada después de muchos años de búsqueda, que nos ha recibido con el corazón y con los brazos abiertos.




El mensaje tiene que ser corto y claro; convinisteis: Hola, soy Teresa Rueda López y busco a mi madre biológica Manuela Bellido Soler, natural de Lopera, Jaén.

El tiempo devenía en extraña sensación; muy pronto dejaría el otro lado, el de anónima espectadora de las historias de otros, para erigirme en protagonista de una parte de mi vida, la que seguía ahí, cubierta bajo gruesas capas de silencios: los silencios de unos padres adoptivos que adoraban a su pequeña y no querían perderla; los silencios de una época de silencios, donde todos callaban, al igual que Manuela mientras intentaba sobrevivir seguramente con trabajos precarios y muchas privaciones; los silencios que, probablemente, Manuela se llevó consigo en su maleta de emigrante hasta un lugar desconocido..., ¿pero dónde?..., ¿viviría aún?..., además, según noticias algo confusas, Manuela había sido ya madre de un chico; pudiera ser que tuviera un hermano..., quizás dado también en adopción..., ¿pero a quién?

Y con esos silencios, muchos interrogantes, y los pocos datos de una partida literal de nacimiento, iniciasteis el fascinante viaje de la búsqueda. Después todo se precipitó. Las continuas llamadas de Urko eran un bálsamo en la atormentada espera y, a la vez, una oportunidad a la esperanza que, al poco tiempo, me comunicasteis venía envuelta para regalo en forma de sorpresa. Después la entrevista con Sonia intentando recomponer esa parte del puzzle de mi vida al que le faltaban las piezas centrales, las del inicio sin las que el rompecabezas no se podía componer, aunque las piezas que las sustituyeron estaban hechas de mucho amor y de rebosante cariño. Solo el que lo padece puede reconocer ese impulso atávico de los seres humanos por conocer sus raíces. Está siempre ahí, presente, obsesivo...

Los minutos se dilataban y los segundos se hacían eternos en la alargada sala de espera, donde el mullido sofá no era suficiente acomodo para aposentar el ánimo, para relajarse, para calmar la intranquilidad de alguien que en breve tiempo iba a ser llamada a plató --¡¡Dios santo a plató!!-- donde desnudaría parte de mi existencia a millones de personas pendientes del televisor desde sus hogares..., el guión se había trastocado, yo no debería estar aquí sino allí, en mi casa, relajada, tranquila, sorprendida de que en esta carrera de obstáculos que es la vida de cada uno, la realidad que se contaba en la pequeña pantalla superaba a la ficción..., absorta en lo que otras personas contaban de sus vidas en ese plató de desbordantes luces de colores... ¡¡Dios mío el plató!!...; no hay tiempo suficiente para que la mente haga el cambio... y en ese momento crítico en el que hace su acto de presencia el inevitable miedo escénico, comprobé con alivio que estabais ahí, arropándome, sopesando con Juanjo el estilismo de ropa y complementos más adecuados, repasando la historia con Sonia, con la asistencia permanente de Urko poniendo con su serenidad y amabilidad el contrapunto a mi nerviosismo..., viviendo la ansiedad de la sorpresa en la encrucijada estre otras dos historias --aposentadas en la misma sala de espera-- que, como la mía, esperaban su turno.

Me infundía valor a mi misma camino a plató, convenciéndome que todo aquello valía la pena, que sería importante en mi vida, aunque cuando Jorge Javier levantó la solapa del sobre, la que me contemplaba del otro lado no era una mirada cansada en una cara arrugada como había imaginado de Manuela, sino mi misma mirada que se reflejaba como un espejo en otra persona: mi hermano; y por primera vez en mi vida me resultaba extraño el posesivo, a la vez que me halagaba; el que repetí en numerosas ocasiones durante la conversación fuera de plató, para compensar las carencias de toda una existencia; y la alegría desbordada de lágrimas cuando Salvador, el hermano hallado, puso plural al posesivo: "Somos cuatro hermanos, contigo cinco", quedó algo empañada por la ausencia de este mundo de Manuela, hacía sólo cuatro años...¡¡¡Uy!!!, por muy poco... Ahora hemos quedado en conocernos y con el tiempo presiento que en querernos, se lo debemos a Manuela, mi otra madre, la que en vida en su tierra de promisión --Calafell-- guardó para sí el sufrimiento de sus silencios; los que se ha llevado consigo.

Siempre recordaré aquellos momentos cuando a la ansiedad por conocer la sorpresa sucedió la certeza de que alguien había aceptado la invitación y a ambas una inmensa alegría con los sentimientos inundando ya todos los poros de la piel..., como si estuviera viviendo un sueño..., como si habitara una nube en la luminosidad del neón de colores...; al igual que os recordaré a todos vosotros.

Os doy las gracias de nuevo --Jorge Javier, Sonia, Urko, Juanjo...-- y os felicito por vuestro trabajo porque no hay materia más sublime para moldear que la materia humana; y no hay mejor empeño ni viaje más fabuloso que el viajar hasta el fondo de los corazones.

Gracias a Telecinco, a Magnolia TV, y a todo el equipo pues con vuestro trabajo en ese maravilloso programa "Hay una cosa que te quiero decir", nos ayudáis, semana tras semana, a seguir creyendo en la raza humana.

TeresaRuedaLópez&FranciscoMolinaGómez
(carta enviada a Telecinco en mayo de 2013)

martes, 1 de octubre de 2013

PRESENTACIÓN Y BIENVENIDA





Cuando se inicia un blog personal es de cortesía presentarse. El caso es que yo no tenía muy claro el iniciar un blog. Entrar en el vértigo de la exposición pública de los sentimientos, en una acción de desnudo virtual, me da cierto pánico que he podido amortiguar gracias al ánimo de mi mujer y mis hijos y al de mi sobrino Sergi, los que me honran con su interés por los conocimientos y experiencias que he adquirido a lo largo de sesenta años; edad en la que el pelo se me ha vuelto más blanco y el ánimo me ha devenido más sosegado, echando muy a menudo la mirada hacia el niño que fui, en un ejercicio de retorno a la infancia cuando, al igual que en la foto del perfil, jugaba con aquellos rústicos tacos de madera haciendo improvisadas arquitecturas, mientras deseaba que el tiempo, entonces eterno, corriera deprisa para que se cumplieran pronto mis sueños.

Ahora, a la vuelta de los sueños, el tiempo, al contrario de entonces, acelera el devenir de tal suerte que apenas me deja pausa para la reflexión, pero siempre hay momentos mágicos en el que éste se detiene unos segundos, como el de la fotografía de presentación que resume todo lo expuesto. El lugar no podía ser más acertado: el museo del juguete de Figueres --Girona-- y los minutos de disfrute los mismos de entonces con una diferencia en la obra creativa: del extraño artefacto de ahora ha sido desterrado aquel candor de inocencia que hacía de la construcción un baluarte firme con las piezas perfectamente entrelazadas, refiriendo en el perfecto equilibrio de toda aquella masa la confianza en la bondad del futuro. Con la realidad de los años y las experiencias vividas he perdido ingenuidad, candidez, simplicidad e incluso idealismo aunque he ganado en sabiduría.

En estos tiempos de un mundo convulso, en el que siento la tierra muy a menudo moverse bajos mis pies, sé que el universo que me rodea está construido sobre cimentaciones caóticas, sobre fundaciones poco firmes expuestas al derrumbe en cualquier momento y así aparece en la foto. Ahora mi inconsciente construye automáticamente según las referencias recibidas... "al final del laberinto --escribí cuando alcancé la cincuentena-- mi persona se asemeja a lo que queda en el paisaje tras un aterrizaje forzoso. Hoy me siento un ser deconstruido, navegando entre la inercia inmovilista del pasado y la obsesión de ruptura del futuro. Soy irremediablemente consecuencia de un lugar, de un tiempo, de una cultura; de la historia(...)El resultado: me parezco a uno de esos extraños edificios postmodernos a punto de desintegrarse, con jirones de piel apenas sujetos a las visibles entrañas, donde la tensión del movimiento reta el equilibrio de la masa anclada al suelo, el día después de haberle pasado un tornado. Mi deconstruido ser es ahora un ser nuevo; reconstruido en un mar de dudas... un ser postmoderno --colisiono, me mezclo, me confundo--; un ser refractario"... pero afortunadamente hoy --alcanzada la sesentena-- compruebo con satisfacción que no es exactamente así; entiendo que siempre hay un margen de actuación, aunque sea mínimo, para que los acontecimientos no devengan de por sí en catástrofe y de esta manera ordeno el caos en la foto, disponiendo las inestables piezas de la base del artefacto en estructuras de triángulos a sabiendas de que esta figura geométrica es la única estable, la única indeformable.

Estabilizado momentáneamente el barullo siento la necesidad de erigir sobre él una plataforma: el plano horizontal, mi principal referencia posicional como ser humano, el suelo donde fundar mi ideal: lo importante no son los territorios, ni las ideologías excluyentes, ni la clasista economía; lo importante son las personas, y últimamente tengo muchas razones para seguir apostando por ellas; por ello sobre la plataforma elevo ese ideal como una quimera compacta, recia, en perfecto orden, con vocación de alejarse del inestable terreno, queriendo levitar para siempre en la dirección que marca el punto de unión de las diagonales en un remate de punta de flecha simbólico que apunta hacia los espacios siderales donde moran los dioses.

En su cima fabrico mi atalaya y en ella me instalo como el espectador cero, en el punto medio exacto entre el más y el menos infinito, desprovisto de etiquetas y sin querer que me prendan ninguna de ellas.

Así, como un cuaderno para la reflexión a través de la obra creativa --y que mejor obra creativa que la vida propia--, inicio este blog.

Bienvenidos todos.



FranciscoMolinaGómez